Yo tuve mi propio encuentro de mujeres

TEXTO ANONIMX
ILUSTRACIÓN EUGENIA HERNÁNDEZ

 

Éramos miles. Hacía calor y hacía frío. Agradecimos, nos besamos, nos abrazamos. Y quisimos irnos, nos creímos lejos una de la otra. Pero de eso fue mi encuentro de mujeres: de todas las que me habitan cerca mío, adentro, más encontradas que nunca.


 

A poco más de 30 días del fin de semana que espero todo el año, confirmé lo que ya sabía: un embarazo de 5 semanas se aferraba a mí con toda la fuerza de lo que recién empieza, de lo no-nacido y lo que quiere nacer. Por más que mi cabeza, mi alma y, sobre todo, mi cuerpo se resistían, él estaba ahí implacable recordándome todos los días que ser mujer es mucho más que todo lo que aprendí hasta ahora. Ser mujer es, como mínimo, tener la posibilidad de engendrar vida. Y también, en la suerte que me toca, de elegir qué hacer con esa posibilidad.


 

Cada período más breves o más pronunciados de tiempo -según el nivel de reflexión que conviva conmigo en ese allí y en ese ahora-, investigo hacia adentro sobre de cuántas cosas hablo sin estar en ellas, sin haberlas siquiera olido de cerca. Una de ellas es el aborto con pastillas. Otra es esa elección que afortunadamente puedo hacer sobre mi posibilidad de engendrar vida. Y en eso la Academia se va sin suerte, como un desperdicio pero como una herramienta también. Leer, absorber, informarme, escuchar, atender, participar sobre temáticas que me inquietan es, fue, será clave; pero me tengo que hacer un aborto con pastillas y no sé si me animo.
Empiezan, en la quinta semana de embarazo y en la primera de mi conciencia, a habitarme las primeras Mujeres: llegan mi mamá, mis dos abuelas, mis tías, mis primas, las hermanas de mis amigas, alguna que otra amiga lejana. Llegan las madres. Las valientes, las que pudieron, las que quisieron, las que lo enfrentaron. ¿Las que eligieron? Ahí mismo aparece una nueva mujer: la que decide sobre su propio cuerpo y su devenir en la vida. Y me dice, me impone que todas ellas son las que no pensaron o no pudieron o no quisieron pensar en que, quizás, aún arrojadas a la peor de las clandestinidades, había otra opción.
Entonces, claro, yo sí puedo pensar. Porque leí, me informé, milité la causa, evangelicé a hombres y mujeres por igual sobre la importancia de poder-elegir, de que el aborto debe ser legal ahora mismo, de que igual abortamos a diestra y siniestra, algunas mejor, otras peor, pero lo hacemos, allá vamos sin pena ni gloria a impedir lo que la naturaleza nos asigna aleatoriamente. De repente se me cierra el pecho desbordado de una angustia que no sé de dónde viene pero es cada vez mayor y empieza a formarse una ‘y’, una y griega gigante, invasora. Crece con rapidez al lado de un ‘?’, se me estampa en la cara. Tardo días hasta que me doy cuenta que llegó otra mujer volando. La sabia, la que suele habitarme cuando pierdo la calma, la que ahora vino a decirme “Y? Y? Y?”. Mi mujer espiritual echa por tierra todos mis vínculos con la (única) teoría a la que suscribo con ferocidad: ahora, ya, me tengo que hacer un aborto y no sé si quiero. Ahora, ya, el aborto tiene que ser legal pero vos te tenés que hacer uno con pastillas en la más absoluta de las reservas y te da miedo.