Xenofeminismo: ¡Hagamos parientes, no bebés!

POR AILÉN MONTAÑEZ

ILUSTRACIÓN POR VIOLETA MAL

Xenofeminismo. Tecnologías de género y políticas de reproducción de Helen Hester (Caja Negra, 2018) nos empuja a pensar un futuro que no sea el de reproducir lo mismo que conocemos hoy. ¿Qué sería esto? Por empezar, un feminismo de lo diverso; de ahí xeno: proponerse pensar un futuro desde y con “lo extraño”. Con les otres, inclusivo y, en especial, ya no de supervivencia sino de existencia tolerante.

Con un lenguaje académico, Hester traza un mapa de argumentos teóricos para enmarcar lo que luego va a desengranar  a lo largo del libro: si el futuro que queremos es un futuro emancipador -un futuro que busca mayores libertades-, entonces debemos imaginarlo desde la diversidad. Y concretamente esta diversidad es hoy nuestra existencia.

Para esto, la primera premisa de la autora consistirá en destruir la figura del “niño” como algo puro que las personas corrompen, específicamente aquellas que no siguen los moldes hetero-normativos y monogámicos. Hay una idea del “niño” – portador de inocencia- que es utilizada por las personas conservadoras, concretas y existentes. La idea del niño es sólo una idea, que es utilizada como argumento precisamente para anular la posibilidad de imaginar un cambio. Es la figura más fuerte del discurso conservador en cualquier discusión política sobre nuevos posibles.

Para Hester, el futuro no es más que producto -efecto- del presente, el cual está en constante cambio. En realidad, lo natural es el cambio. A nuestro alrededor todo muta constantemente, y de eso la autora hace una herramienta fundamental para, el día de mañana, poder pensarnos solidarixs, colectivxs, hermanadxs.

¿No somos acaso seres que mutan constantemente? ¿Y nuestro entorno? Sí, pero parece que el ser humano niega sus propias condiciones de existencia, las disfraza y las maquilla para que no sean tan angustiantes. No hay mejor chiste que aquel conservador, que por no enfrentar que todo se encuentra en constante movimiento, pretende pelearse con el lenguaje inclusivo, o argumentar en contra de nuevos derechos que se reclaman (como los del aborto legal). La autora desnuda a estos seres, porque nos hace ver que la continua incertidumbre está ahí en sus propias contradicciones: allí donde fundamentan todo con lo natural, es donde precisamente reside la constante posibilidad de cambiarlo todo.

Entonces, contra todo fundamentalismo que esencialice nuestros géneros, es decir, contra toda idea de que nuestros genitales definan nuestras funciones y roles sociales, Helen va por el lado harawayeano de la vida y elige la metáfora del cyborg, para entendernos como cuerpos que también son tecnología. Porque hoy somos eso.

En su “Manifiesto Cyborg”, Donna Haraway nos propone pensar en clave de ficción, imaginarnos desde otros lenguajes, desde otras figuras que sean más acordes a nuestra existencia.  Precisamente, porque esta autora propone salir del biologicismo, es que aporta una visión que hace un mix con los circuitos integrados, es decir, con la tecnología.

Si nos entendemos en clave de códigos, también podemos ser hackeados y autogestionarnos. Y lo mejor de todo: alterar nuestros códigos hará que seamos tan singulares como las personas que somos. Esto para terminar con las opresiones que el binarismo de género nos impone en pos de un futurismo reproductivo que excluye a quienes “no colaboran” en la reproducción de la especie. Basta, para eso hay que pensar por fuera del tupper.

El climax de este libro aparece luego de hacer un breve recorrido histórico de la segunda ola del feminismo, las tecnologías y los protocolos que supieron elaborar para, precisamente, autogestionar los cuerpos y la salud. En diálogo con un transfeminismo que se incluye dentro del xenofeminismo, la autora traza una de las puntas más importantes a seguir en pos de imaginarnos como futuridades: ¡Hagamos parientes, no bebés! (Haraway dixit).

¿Por qué parientes? Porque una vez que matemos la figura del niño, que se encuentra en los argumentos de las personas que quieren conservar todo como está (aquellas que no enfrentan sus propias angustias donde deben), podremos hablar de niñxs concretos, singulares y materiales; es decir, niñxs que existen realmente. No en una idea, sino en nuestra realidad. Este paso será clave porque todo lo que pensemos tiene que partir de lo existente, y sólo así podremos incidir en imaginar un futuro radicalmente mejor.

¿Cómo empezar entonces? Si dejamos de hablar solo de ideas, y si empezamos a construir nuevas -ideas- que se apoyen en la diversidad realmente existente de personas, y en nuestros carácter de cyborgs, será un buen principio para poder pensar acciones concretas, para personas concretas, y con incidencia política concreta. Dejar de pensar en el fundamento de reproducirnos como especie, y pasar a pensarnos por fuera de una familia hetero-cis-normada, nos ayudará a crear nuevos lazos por fuera de esa lógica: que nuestra familia sean lxs extrañxs realmente existentes. Y nuestra vida, una red de alianzas y amor con lo extraño.