POR LORENA BERMEJO
FOTOGRAFÍAS DE LUCÍA BARRERA ORO Y CHULIJANDRINA
La primera vez que entré a un sex shop fue por casualidad: mi amigo y yo caminábamos por la avenida Corrientes que se había vuelto peatonal por la “noche de las librerías” y desplegaba puestos de todo tipo de editoriales. Llegábamos desde Almagro y las piernas ya sentían las cuadras caminadas. Nuestro juego se basaba en perdernos entre los puestos y volver a encontrarnos siempre con alguna novedad, algún comentario, anécdota. En una de esas breves separaciones, nos cruzamos frente a una vidriera que no mostraba libros sino toda clase de juguetes sexuales.
-¿Entramos?
No me acuerdo de quién fue la idea, pero el tabú del sexo opera rápido y lxs dos sabíamos que no era lo mismo mirar libros que mirar esposas, látigos o pijas de plástico: ¿o si?
Cuando hablamos de sexo, hay una estructura tan profunda, de tabúes y omisiones, muy difícil de romper. Esta estructura nos dificulta tanto el autoconocimiento a partir del compartir los saberes, como el conocimiento sobre los demás en este aspecto. Incluso, hasta con más fuerza, estos tabúes operan en el momento del propio encuentro sexual. La comunicación verbal se cancela y el cuerpo tiene toda la responsabilidad del decir, ¿cómo hablar con el cuerpo si pensamos en palabras? ¿cómo decir haciendo si vivimos traduciendo todo a explicaciones escritas o habladas?
El encuentro sexual se da como una performance en donde cada unx tiene que saber su rol y su libreto, además de conocer el de la otra persona para no tropezarse intentando hacer ambxs el mismo papel: ¿por qué no convertir esa obra en un ensayo? Una práctica en donde podamos evaluar esos papeles que nos toca interpretar y moldearlos, intercambiarlos, probar.
Los sex shops tradicionales, así como toda la industria que gira en torno al sexo – hoteles, pornografía, locales de lencería – suelen darle una mística de oscuridad y prohibición: todo está oculto, encriptado, supuestamente ya sabido. Hay códigos que se suponen conocidos y hay pocas o ninguna posibilidad de preguntar. Si hablamos de la importancia de la comunicación, del consentimiento y de una forma amigable de vivir los encuentros sexuales, hay que modificar también todas las instituciones que habitan en los alrededores de la sexualidad.
“Creo que el tabú tiene que ver con que a los juguetes sexuales se los ve como un sustituto del sexo y no como un complemento, una posibilidad de algo distinto”, opina Samanta, fundadora de LOBA, un sex shop online no binario y feminista. “El juguete más conocido es el consolador: es como si a falta de una pareja sexual nos tenemos que consolar con un juguete, y por si fuera poco tiene forma fálica, como si ese miembro fuera lo único capaz de hacernos gozar”. LOBA nació en noviembre del 2018 como un emprendimiento desde la propia curiosidad e interés: “cuando empecé solo conocía los vibradores y los dildos, pero al investigar conocí todo un mundo nuevo”, admite Samanta sobre el inicio de este proyecto que ya camina por los senderos virtuales de la red y tiene más de diez categorías distintas con juguetes para todos los gustos.
Cuando unx entra a la web, lo primero que se encuentra es un test para conocer el juguete ideal. “El modelo que elijas va a depender dónde quieras llegar. Podes encontrar algo tranquilo como un antifaz ciego para estimular el tacto, oído y olfato, hasta juguetes para practicar BDSM yendo al otro extremo”, explica Samanta. Un punto importante es la clasificación de los artículos, donde no se hace hincapié en el género, genitales o identidad sexual de la persona, sino en el efecto que el juguete produce: sensaciones y no mandatos, para que cada unx pueda experimentar a su modo sin condicionantes previos.
“Las veces que fui a un local no me sentí cómoda. Tenés a una persona que te sigue todo el tiempo con la mirada, y además la información que se brinda es escueta. Si no sabés lo que querés se complica mucho poder elegir”. En la web de LOBA hay recomendaciones, descripción de los productos y la posibilidad de consultar por mail o por redes sociales todas las dudas que podrían surgir. Tener una voz preparada y abierta a responder, hace de todo este universo una situación más amena y acompañada, un camino hacia la propia decisión y gestión de la sexualidad.
Para lxs curiosxs, la visita al sex shop aquel día no nos llevó a coger. Lejos de depositarnos en un telo, nos llevó a seguir el juego de las novedades: cada unx hizo su recorrido y salimos, a destiempo, para encontrarnos más tarde en otro puesto de libros. ¿Era lo mismo encontrarnos entre los stands de madera que entre las atrevidas vitrinas del local de juguetes sexuales? Cuando la risa rompe la barrera y la tensión sexual se corre hacia un costado, aparece un universo posible donde compartirse desde lo corporal sin ese único fin: acabar. Reírse, compartir las dudas, los pudores, desatar tensiones, también es parte de romper esos moldes que no nos quedan cómodos.
Ese universo posible donde lo sexual no se relacione con la oscuridad y el ocultamiento, tiene que ver con reivindicar el juego como una actividad inocente, un gasto improductivo: el placer por el placer. Ni reproducción, ni descarga, ni amor, ni despecho: el encuentro sexual como juego que solo depende de las ganas de lxs participantes. De un acuerdo y de unas reglas que, en esa performance que vamos a reconstruir desde la pregunta, puedan reescribirse todas las veces que queramos.
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