Era una tarde como cualquiera en un pueblo de la pampa: el día gris, las calles de barro, los pibes del barrio, una pelota, mis 4 años y yo. Casi todos mis amigos eran pequeños hombrecitos que jugaban de manos, armaban casas de chapa y escupían a lo macho. Si algo me quedó de aquellas tardes de juego, barro y sudor es que quería ser como ellos.
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