“Somos todas hijas de distintas madres, pero somos todas hermanas”

Feminidades que reviven de balazos a sangre fría. Una sangre que corre a encontrarse con otras sangres para hervir y vivir. Mujeres que desean, que quieren, que deciden. Trabajadoras que gritan con las manos, con los ojos, con los labios. Compañeras que son atacadas a través del techo de su mismísima casa. Madres que lloran con todo el cuerpo a sus hijxs violentadxs por parejas machistas o por las fuerzas de seguridad. Guerreras que no esperan una solución sino que salen a buscarla y a construirla colectivamente.  

A dos años del femicidio de Micaela Gaona, las mujeres organizadas de la Villa 21- 24 del Barrio de Barracas, armaron una Cooperativa de Belleza y Estética con su nombre, creando no sólo lazos de sororidad ante hechos de violencia sino también  las fuentes de trabajo negadas por el lugar de origen y de género. Una fuerza que desestabiliza la dependencia económica de las mujeres con sus parejas, y las encuentra fuera de sus casas, y cerca  del empoderamiento y la economía independiente. Un feminismo villero que da voz a las violencias que le son ajenas al resto del movimiento feminista y propone pensar en la realidad de las mujeres en sus barrios, y cómo convertir la belleza en territorio de lucha.

Por Carolina Hidalgo y Andrea Raimondi
Ilustración por Eugenia Hernández

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Es lunes y la última luz de la tarde pega en los pasillos de la Villa 21-24 del Barrio de Barracas. Niñxs que vuelven con sus guardapolvos ajetreados por otra jornada escolar, autos anti-lunes que viajan con el rap a todo volumen.

Ocho mujeres y un hombre llegan al punto de encuentro en las puertas coloridas de la Casa de la Cultura Popular, como cada semana desde julio de este año. Llevan en sus manos cajas y bolsas de donde asoman pinceles y maquillajes. Se encuentran para adentrarse juntxs en las calles y llegar al espacio de Decir es Poder, que les prestan lxs Maestrxs Villerxs.

El proyecto que lxs encuentra lleva el nombre y apellido de una hija, sobrina, vecina que les falta desde hace dos años. En julio de 2015 Micaela Gaona fue asesinada mientras dormía por su ex pareja y padre de su hijo Byron, Alexis Arzamendia. Mika tenía 20 años y cargaba con las marcas en su cuerpo y su alma de una relación de la que sabía que podía no salir viva. Arzamendia había sido claro: “si no era suya no iba a ser de nadie”. Celos enfermizos, hostigamiento, persecuciones, amenazas de muerte, golpizas hasta embarazada. Mika quería separarse y no podía, porque la violencia empieza en casa y se perpetúa con un Estado vacío de herramientas que protejan a las mujeres de la violencia machista. Mientras tanto el miedo que paraliza. Y un día los golpes se transformaron en balas. El femicida llevó a Byron a casa de su abuela Lidia y se fugó. Arzamendia fue detenido una semana después en Entre Ríos, donde estaba guardado en casa de familiares. La justicia llegó dos años más tarde, con una condena a prisión perpetua por homicidio cuádruplemente calificado: por haber sido cometido por un hombre mediando violencia de género, por haberse cometido contra su pareja; por alevosía y por haber utilizado un arma de fuego.

El femicidio de Mika sacudió a la 21-24, que se puso de pie para marchar por primera vez en los pasillos de una Villa que dijo basta, que sabía que su final podría ser el de muchas y que no querían ni una menos. A la violencia y la muerte, respondieron con amor y lucha. Las mujeres del barrio formaron un espacio de contención en la Escuela Nº6 del distrito 5, a la que iba Micaela. Desde ese primer espacio en donde las vecinas de toda la vida se reconocieron compañeras, surgió la necesidad de llevar la palabra a la acción. Que la organización sea también fuente de trabajo.

Así nació la Cooperativa Mika Gaona de belleza y estética, que ahora camina junto a La Poderosa. Una fuerza que desestabiliza la dependencia económica de las mujeres hacia sus parejas, y las encuentra fuera de sus casas, aprendiendo un oficio y generando su propia entrada de dinero. El objetivo final: el empoderamiento y la libertad.

IMG-20171019-WA0005Fuente: La Poderosa

La belleza la construimos entre todxs

¿Por qué de belleza? “Es un lugar en donde se reproduce constantemente a la mujer como objeto y no como un sujeto que desea, que quiere, que decide. A todas las mujeres desde algún lugar nos toca porque hay algo estereotipado de que nos corresponde ocuparnos del maquillaje, el peinado, la moda. Proponemos otra forma de pensar la belleza, en la que la mujer tenga un lugar de protagonismo. A partir de quererse, respetarse, hacerse valer, una empieza a ponerle límites al otro desde el propio cuerpo. No hacerlo para un otro, sino para una misma”, explica Florencia, capacitadora en maquillaje de la Cooperativa.

Recorren una primera etapa de aprendizaje de los oficios. El primer paso de las cooperativistas es el maquillaje. Como quien lleva su casa a cuestas, lo piensan como “algo que se pueda aprender y que una lo lleva con una misma. Necesitas materiales, necesitas un montón de cosas, pero llevas tu trabajo con vos”, cuenta Florencia. Proyectan aprender peluquería y lanzar una línea propia de ropa interior, de la que serán diseñadoras, artesanas y vendedoras.

Es un momento en donde prima la exploración, descubrir técnicas y estilos. Una maquilla a la otra y la otra sobre una. Son lienzos y artesanas.“Está bueno porque nos vamos conociendo. Si bien nos conocemos del barrio, de vernos, estar haciendo esto nos permite charlar, conocer más de la otra”  reflexiona Marcela. En este proceso se empoderan, en ese dar y recibir de pinturas, de tacto, de amor. Dejan de entenderse solas y en el piso cuando otra les da la mano: “Al principio te da vergüenza. Yo usaba cero maquillaje, no me gustaba nada. Ahora le agarré la mano y me gusta: empiezo a mirar caras y pensar ideas. Ahora sí, me gusta cuando me maquillan ellas; te levanta el autoestima”, relata Cintia Lobos.

El cooperativismo emerge como una forma distinta de vivir el trabajo, que también requiere de aprendizaje. “Es una experiencia de trabajo muy distinta a la que cada una tiene. Apostamos a un trabajo en el que todas puedan participar y sean sus propias gestoras. Un trabajo que hacemos juntas, en el que no hay alguien que te diga qué tenés que hacer. Tiene mucha fuerza y requiere de mucha responsabilidad”, asegura Florencia. Los patrones se transforman en compañerxs y los prejuicios que dejan a las villeras fuera del mercado laboral dejan de tener sentido en las manos de mujeres que descubren sus potenciales y se convierten en su propia fuente de ingresos. “Vivir en la villa nos condiciona para conseguir trabajo. Es razón suficiente para que te echen, o directamente te juzguen sin conocerte. Ni siquiera te dan la oportunidad. Vos decís la dirección de acá y te descartan sin conocerte. Sos de la villa, ya está. Frente a eso, la Cooperativa nos da la posibilidad de ganar experiencia y laburar de esto sin depender de nadie”, cuenta Marcela.

IMG-20171019-WA0006Fuente: La Poderosa

Por un feminismo villero

Ser mujer dentro de este sistema machista y patriarcal no es tarea fácil. Ser mujer y de barrio popular dentro de este sistema machista, patriarcal y capitalista, menos. “A nosotras nos toca la doble opresión: ser mujer y villera. Por eso queremos construir desde el feminismo villero. Nos sentimos muy apartadas del feminismo tradicional, porque las realidades son otras. No por excluir ni desmerecer al movimiento de mujeres, pero hay cuestiones en las que no coincidimos porque a nosotras nos tocan, además, otras violencias. No son los mismos los derechos de una persona de clase media, o media alta, que los nuestros”, sentencia Jessica  Azcurraire. El feminismo popular da voz a las violencias que le son ajenas al resto del colectivo feminista y propone pensar en la realidad de las mujeres en sus barrios: “Las más fuertes son la violencia institucional y económica. No tener una vivienda digna y poder estar tranquila con tus hijxs, se te llena de mierda la cloaca, no tener agua potable en tu casa. Nuestro sustento económico son las cooperativas, o los puestitos en la calle. Si no, terminás limpiando casas ajenas, un laburo no regularizado y súper precario donde ganás dos mangos y ni siquiera podés dar la dirección de tu casa. Eso también es violencia, por eso hablamos de la doble opresión“ agrega Jessica.

También es violento ser madre y vivir con la impotencia de no poder defender a tus hijxs de las fuerzas de seguridad del Estado, que en la villa son más represivas que seguras. Marcela cuenta, movilizada, que su hijo fue golpeado por la policía hace un año: “Vos salís de la villa y si te paran, lo hacen bien “por favor, documentos”. En cambio acá no. A los chicos los agarran, los ponen contra la pared, los cagan a patadas. “No me mires, callate, documento. Negro de mierda, negro villero” Ni siquiera les dan la oportunidad de hablar. Hay que seguir luchando para que no le pase a ningún chico más”.

Las mujeres villeras han sabido y saben acompañarse desde la empatía y el sentir común de sus vidas: “Acá la lucha de las mujeres es muy fuerte, muy marcada. Somos todas hijas de distintas madres pero en realidad somos todas hermanas. Nos cuidamos entre nosotras y hacemos visibles los casos de injusticias. Nos juntamos, nos damos una mano, nos apoyamos. Muchas veces sin conocernos realmente, solo de pasada en el barrio”, cuenta Jessica. El feminismo, dicen, les dio la posibilidad de reconocer las violencias naturalizadas “En los casos de violencia la mujer siempre piensa que es normal, que él manda. A mí me costó cuatro años de terapia poder asumir y salir del círculo de maltrato. Hoy sé cómo defenderme y a dónde acudir. Por esto también me sumé a la Cooperativa, porque tener tu plata te da independencia y ayuda a que te valores”, cuenta Cintia, y Lidia, mamá de Mika Gaona, agrega ”Yo también sufrí violencia de género y pensaba que era normal, no sabía nada. Ahora les puedo decir a mis hijas que tenemos derechos, que alguien las puede ayudar, que hay personas que están de tu lado”.

Lo personal se transforma en político, el empoderamiento se da en cada una y entre todas, las vecinas se convierten en compañeras “Nuestra lucha es para que estas violencias se terminen. Muchas veces se habla de que las mujeres estamos juntas pero nos sacamos el cuero entre nosotras, y realmente es mentira, nos quieren hacer creer eso, Y mirá estamos armando la cooperativa y no nos estamos peleando entre ninguna. – asegura Jessica.

¿Estado ausente o con la decisión política de abandonar la cuestión de género?

A ocho años de la sanción de la Ley de Protección Integral a las Mujeres, y con una postura discursiva de Cambiemos de “que la lucha contra la violencia de género sea una política de Estado”, las respuestas siguen sin llegar a la vida real de las mujeres en situación de violencia. El posicionamiento del gobierno de Macri no se traduce en sus políticas: en 2017 recortaron el presupuesto destinado a violencia de género y proyectan continuar con los recortes en el 2018. El ajuste se da en un contexto de abismal escalada de feminicidios en Argentina. Los números llegan desde el trabajo de organizaciones no gubernamentales, ya que el Gobierno no cuenta con ningún organismo que se encargue de generar estadísticas a nivel nacional que den cuenta del estado de situación en materia de género. En 2016, las Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLa) registraron 322 femicidios, y hasta el 17 de noviembre de 2017 llevan contabilizados 254.

En este sentido, Marcela manifiesta: “¿Ayuda? ¿Qué ayuda? Si las mujeres van a denunciar y no les dan bola, tienen algún botón antipánico y nada más. ¿Cuántas denuncias tienen que ir a hacer hasta que llega el momento en que ya es tarde? ¿Dónde está la ayuda? Si cada vez hay más casos.”

En una reflexión colectiva, Cintia responde desde su experiencia personal: “Todavía no existe. Vas a hacer la denuncia y después tenes que volver a tu casa como si nada. A mí me pasó eso: me mandaron de vuelta a mi casa a esperar. Te dan la perimetral o el botón antipánico, pero acá te puede llegar por el techo; estamos en una villa, te puede aparecer por cualquier lado. Por más que llames a la policía, hasta que vino, te mata y ya se fue. Entonces, para mí, es necesaria una Casa de la Mujer, en la que una chica va y dice “mira, mi marido ayer me pegó” y que la respuesta sea: “No volves a tu casa, vení, quedate acá”. Era lo que yo pedía cuando lo sufrí: que haya Casas de la mujer, contención. Yo tuve que estar veinte días en un refugio y es una experiencia feísima. La manera no es encerrarte como si estuvieras presa a vos con tus hijxs.”

Tras el femicidio de Mika, Byron quedó al cuidado de su abuela Lidia, quien después de dos años sigue luchando contra el aparato judicial: “Hace dos años estamos pidiendo la tutela y todavía no nos la dieron. Ni siquiera nos dieron una audiencia”. Mientras tanto, se le otorgó a Arzamendia el derecho a reclamar el reconocimiento de su hijo, y la posibilidad de ponerle su apellido, unos meses antes de ser condenado por femicidio y después de cuatro años en los que se negó a hacerse cargo de su paternidad. “En el momento en que nació el padre no lo reconoció, recién ahora se le ocurrió pedir el reconocimiento. Es increíble que después de lo que hizo, en pleno juicio, le hayan dado ese derecho”, denuncia Patricia, tía de Mika.

Lidia no tuvo la posibilidad de seguir cobrando la Asignación Universal por Hijo para Byron, la mano para poder sostenerse económicamente llega desde familiares, amigxs y vecinxs. La expectativa de percibir algún subsidio para su nieto surge ahora con la sanción de la Ley Brisa, de Reparación Económica para Hijas e Hijos menores de edad de Víctimas de Femicidio, que fue aprobada por la Legislatura Porteña en septiembre de este año. Byron debería transformarse en uno de los primerxs niñxs argentinos en ser reconocido y apoyado por el Estado como víctima colateral de femicidio, gracias a esta norma que fue impulsada por La Casa del Encuentro y la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género y que está vigente al momento solo en Capital Federal.

Al femicidio de Mika Gaona, le siguieron el de Aidee Mérida Durán (18) y Lorena Dávalos (22) en la 21-24 de Barracas. Las mujeres del barrio supieron correrse del lugar de víctimas que les señala el Estado y se organizaron para tapar sus agujeros. No basta con sancionar leyes si luego no se aplican ni van en paralelo con una transformación social y cultural que corte de raíz con la violencia machista y patriarcal.

Frente a eso, Las Mika son parte de una oleada de organizaciones de mujeres que llegaron para quedarse.