Una lucha por gozar que abraza, hermana y desarma. Que avanza para deconstruir mandatos ajenos y propios. Que ama, de múltiples y diversas formas. Deseos que se encuentran cada día con la pregunta atravesada en el cuerpo, en la frontera que nos separa o nos une con otrxs, en la violencia percibida en el lenguaje, en las relaciones, en una identidad unívoca. La pregunta atraviesa, contagia, y hace transmutar.
La sexualidad es un territorio en disputa que se juega en nuestros cuerpos.
El placer nuestro vector de movimiento, y el deseo nuestro lazo de sororidad.
Al patriarcado lo que le molesta es el deseo.
Un deseo que no lo tiene por objeto a él, sino a un mundo que está fuera de su alcance. Atracción fatal que se impregna en la piel y rebalsa la historia de las opresiones. Cuerpas deseantes de compañeras, de lucha; un movimiento que atraviesa generaciones, geografías, fisonomías.
Nos mueve el deseo de cambiarlo todo.
Y por eso reafirmamos el derecho a gozar. Porque gozar siempre fue nuestra transgresión a la regla, a la norma, al sistema. Nuestras sexualidades molestan porque desbordan el ojo patriarcal. Su línea divisoria nos ha condenado a dos extremos: o puta o santa, en ese vaivén nos perdimos, nos deshicimos. Nuestra revolución pasa por otro lado: estamos para nosotras. Para una misma y en apertura al encuentro con otrxs.
Nuestro deseo es político. Es ahí donde el signo de la batalla se ciñe a todo el conjunto de relaciones de poder. Porque el derecho a gozar no es algo que hayamos ganado sino una lucha permanente en la cual opera una división sexual del trabajo, una cierta distribución del deseo hacia esos cuerpos privilegiados, legítimos, construidos para gozar.
Nuestra intimidad no forma parte de las múltiples mercancías intercambiables, modulamos nuestra carne como pronunciamos cada palabra, en un susurro permanente.
Existimos porque deseamos. Y ese verbo nos hace colectivas. Nuestra potencia deseante es inherente a la autonomía del placer. Una exhalación de satisfacción y generar nuestras propias prácticas cíclicas desplazando el centro hétero-cis dado, el núcleo de la norma y el obedecer.
Un cuerpo que no se deslinda de la lucha y una lucha que es de la apertura a gozar, en diversidad, en ese pacto de sabernos juntas, en procura de un placer colectivo, político, sororo. Hay un grito irrevocable y es la ruptura del silencio lo que nos tendrá siempre en sintonía. Porque si inventamos decires, podemos inventar también nuestras propias formas de fantasear, de sentir, de gozar.
ilustración y portada: MOLIMOLI