Por Revista Peutea
Fotografía de Julia Portanier
Las banderas multicolor y los pañuelos verdes copan la Plaza de Mayo a eso de las seis de la tarde, cuando empieza la concentración para la Segunda Marcha Nacional contra los Travesticidios. Hace casi un mes, en el Ni Una Menos, un cartel preguntaba “¿quién marcha por las travas?”. Hoy, como en cada marcha, se hacen presentes los cuerpos que responden esa pregunta. De a poco aparecen las rondas, los carteles, los mates que van y vienen y el ruido constante de tambores. Esta vez las protagonistas son Diana (Sacayán) y Lohana (Berkins), sus rostros en las espaldas de las compañeras, en los carteles, en las mochilas, atados a las canastas que ofrecen pan relleno, y en el eco de las voces: “Lo dijo Lohana y Sacayán, al calabozo no volvemos nunca más”. Lo dijeron ellas, pero se replica en cada travesti y trans que lucha por exigir que se respete la identidad de género autopercibida en un mundo que silencia, niega y enceguece.
El 28 de junio se conmemora el Día Internacional del Orgullo LGBTTI porque en la misma fecha hace casi cincuenta años, la policía neoyorquina intervino el bar Stonewall Inn, donde se reunía parte de la comunidad LGBTTI. Una de las protagonistas del levantamiento de aquel día, conocido como Revuelta de Stonewall, fue Sylvia Rivera, activista trans. Hoy se convoca su nombre desde el micrófono y vibra para toda la plaza. Maite Amaya, Flavia Córdoba, Mariela Muñoz, Angie Velázquez, Tania Barrionuevo. La lista es larga y duele, y por eso en el día del levantamiento de 1969 la bandera principal imprime un único mensaje: Basta de Travesticidios.
Bajo el cintillo “gay friendly”, cuando el orgullo se pinta de globos y serpentinas, el neoliberalismo pretende apropiarse de la historia de una comunidad que fue desde siempre oprimida y ninguneada. El Obelisco flamea luces de colores y una bandera del orgullo se despliega sobre el gigantesco B.A. de jardinería ornamental. Mientras el Gobierno decora, la comunidad LGBTTI pide a gritos la implementación de la Ley de Cupo Laboral Trans, aprobada en 2015 en la Provincia de Buenos Aires y aún sin reglamentar.
Con la noche encima y en plena 9 de Julio, la marcha se detiene. Las mujeres artivistas (ARDA) pasan al frente y acomodan las manos de las que llevaban la bandera en un círculo en medio de la Avenida. Alrededor del círculo, acto religioso en todo arte callejero, se juntan las demás personas. Un megáfono suelta la primera consigna: “Así somos y así nos vemos”. El silencio se hace en seguida, como si en un segundo se pudieran desactivar todos los ruidos de la ciudad. “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”. El círculo habla y las que lo integran parecen ser todas una misma voz. “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”. Ya no hace faltan megáfonos: el círculo habla y la marcha entera grita su lucha.
“Milito desde que soy trans, porque es el momento en que dejás de sentirte parte de la sociedad”, denuncia Antonella, que sostiene la bandera del Bachillerato Popular Trans “Mocha Celis”, una alternativa al sistema educativo formal, donde muchas personas transexuales, travestis y transgénero encuentran las puertas cerradas. Trabajo, educación y salud. Los reclamos son claros y urgentes. “Cuando hablamos de travesticidios hablamos de responsabilidad del Estado y de todas sus instituciones patriarcales sobre nuestra expectativa de vida que es de 35 años”.
Cerca de las nueve de la noche, la segunda Marcha Nacional contra los Travesticidios llega a la Plaza del Congreso y se encienden los micrófonos para la lectura del documento consensuado. La lectura es compartida entre las referentes de las agrupaciones LGBTTI que participan de la movilización. Infancias travestis y trans sin violencia y discriminación, reglamentación del cupo laboral trans, atención digna en los hospitales públicos; más travestis y trans en las instituciones educativas; basta de crímenes de odio y basta de persecución a las personas trans y travestis migrantes son algunos de los reclamos que resuenan frente al Congreso. El discurso es contundente y el rostro de Diana Sacayán queda impreso en todas las memorias para contar la historia del movimiento trans y travesti.
“No tenemos la capacidad de parir un hijo, pero sí de engendrar la historia”, sentencia el documento, en medio de un mundo que normaliza las diferencias y naturaliza las violencias.