Matilda: mi única héroa en este lío fue una niña

 

Si me preguntaran cuál es la primer película feminista que ví, contestaría: Matilda. En parte por la frase que Danny DeVito profesa corporizando perfectamente al patriarcado: “Escucha niñita genio. Yo soy grande, tú pequeña. Estoy bien, tú mal. Soy listo, tú tonta. Y eso, nunca lo vas a poder cambiar”.

Tendría unos siete años cuando la ví por primera vez en la tele. La misma edad que Matilda. ¿Cuántas veces había visto héroes de mi edad? Y ¿feminidades heroínas en quien inspirarme? Ni en las series sobre huérfanas de mansiones ni en los dibujos animados vi algo igual. Pero sí, me encontré en ella y en ese poder tierno de mover cosas con los ojos al ritmo de  “Little Bitty Pretty One” de Thurston Harris. Quizás fuera porque simplemente esta era una niña siendo obligada a no ser como ella era en este mundo hostil. Poseedora de una fiebre serena que no la doblegó ante las injusticias que le tocaban en suerte. Por eso mientras la veía, me procuraba fuerzas internas para resistir a esas violencias en un futuro. Matilda Wornwood a lo largo de la película es obligada a ser normal según los paradigmas estipulados por la sociedad norteamerica de fines de los ´90. Por si faltaba algo desde que nace, en casa nadie la quiere ni le presta atención. La familia prefiere la banalidad de mirar la televisión y la plata fácil de las estafas. Se suma el bullying en el colegio y abusos de poder de la temida Trunchbull. La distancia entre el mundo de la infancia y el adulto se cristalizan dentro de un universo todavía más difícil de comprender: la  adicción a devorar libros que lleva con una carretilla de la biblioteca a casa, de casa al colegio, que esconde y preserva como refugio personal.

Viéndolo a la distancia, Matilda se corresponde con el arquetipo del “Patito Feo”. En el cuento tradicional  se narra la historia del desdichado animal que discriminado al interior de su familia vaga y sobrevive a distintas penurias e intentos de muerte. Hasta que finalmente se encuentra con los y las suyas, y es en ese momento, cuando descubre que el objeto de su admiración es, en realidad,  él mismo. Los deslumbrantes cisnes lo reconocen parte la familia, porque él no era un pato sino un cisne. La conclusión del cuento es la misma, a veces unx no es el problema y está muy bien no pertenecer. La familia verdadera puede no ser aquella en la que unx crece. Clarissa Pinkola Estés así lo explica  “Las niñas que poseen una acusada naturaleza instintiva suelen experimentar un considerable sufrimiento en las etapas iniciales de su vida . Cuando nace una niña se espera que sea o se convierta en un determinado tipo de persona, se comporte de cierta manera convencional. Cuando una cultura define minuciosamente lo que constituye el éxito o la deseable perfección en algo en la psique de todos los miembros de esa cultura se produce una introyección de los mandatos correspondientes con el fin de que las personas puedan acomodarse a dichos criterios”. Moraleja de la historia: vuelvan a ver Matilda con ojos feministas y abracen a la Señorita Miel.

 

Por Leila Inti