Las hijas del fuego: un mundo del que formamos parte.

POR ROCÍO FABBIO

ILUSTRACIÓN DE EUGENIA HERNÁNDEZ

 

El ruido del agua.

El golpe del viento en las hojas.

Las ruedas delineando la ruta.

Las mujeres que viven en libertad.



Las Hijas del Fuego (2018) es una película dirigida por Albertina Carri, ganadora del premio a la Mejor Película de la Competencia Argentina en el BAFICI.


Su historia fresca, dulce y valiente es la de dos amantes que se reencuentran en el fin del mundo y emprenden un viaje para rescatar el Torino del padre de una de ellas, pero sobre ese puntapié inicial subyace un proyecto: filmar una película porno. En este viaje se suman diversas mujeres, a veces serán más, a veces menos, es un constante oscilar.
Las múltiples paradas en la ruta parecieran señalar distintos puntos sensibles en la cartografía de sus cuerpos: la violencia de género, el cuidado, el libre ejercicio del goce y la libertad, la maternidad, los tiempos individuales, los placeres y la diversidad, la lucha colectiva, la intimidad, la ternura. Frente a estos puntos, ellas se plantan de manera colectiva, en manada, sin que ello opaque su deseo individual y singular.

Con escenas épicas en la iglesia, momentos extáticos que hacen vibrar las butacas, Las Hijas del Fuego logra conmover los cuerpos, humedecer las bocas y potenciar las revoluciones del placer y el deseo que llevamos en la diaria y por ello, resulta una película inevitablemente política.

¿Qué contamos cuando contamos porno? ¿Qué cuerpos se presentan en la pantalla? ¿Qué movimientos realizan esos cuerpos? ¿Qué forma tienen? ¿Cómo gozan? ¿Cómo sienten?.
A lo largo del viaje vemos escenas de sexo y masturbación de y entre mujeres, del principio al final, todo el recorrido, en distintos planos y con todos sus detalles. En las escenas se toman todo el tiempo necesario para grabar detenidamente el goce de las mujeres, de a una, de a varias, algo que podría resultar incómodo simplemente porque nos interpela a repensar nuestro cuerpo y el del otro, desde la anatomía biológica hasta las constelaciones deseantes que distan de la heteronorma. No salimos del cine indiferentes.

La película tiene un final, pero los finales a veces son otras maneras de nombrar los comienzos: salimos de la sala sintiendo que Las Hijas del Fuego continúan palpitando dentro nuestro, posándose como un prisma a través del cual ver el mundo y saber que esta vez sí, formamos parte.