La calle no es un lugar para vivir, ni para morir

Escrito y fotografiado por Carolina Hidalgo

Son las dos de la tarde del miércoles en el cruce de las avenidas Entre Ríos y Caseros. Personas en situación de calle y/o en riesgo de quedarse en ella más organizaciones sociales que acompañan se organizan en una columna a lo largo de un carril de la avenida Entre Ríos y se preparan para marchar hacia el Congreso de la Nación. A sus costados, de cada lado, cordones de policías las limitan. Cuando alguien se suma a la columna, lo hace al ritmo de: “aunque los ratis estén acá, el frazadazo se lo vamos a hacer igual”.

En las manos hay frazadas, tambores y algún que otro mate. Los tambores resuenan la alegría de la lucha y el mate, porque, con un matecito, el hambre y el frío se van (por un rato). Los parches en las remeras (o en los tambores) citan los datos del último censo popular a personas en situación de calle realizado hace unas semanas: “4394 personas en la calle y 21478 en instituciones y en riesgo de quedarse en la calle. La calle no es un lugar para vivir.”

Hace unos meses atrás, Horacio Rodríguez Larreta y otros funcionarios del gobierno de la Ciudad salieron a decir públicamente que las cifras oficiales databan de 1066 personas en situación de calle en toda la ciudad de Buenos Aires. El censo popular que realizaron desde el Ministerio Público de Defensa de la ciudad, la Defensoría del Pueblo,  la Auditoría General Porteña y más de cincuenta organizaciones sociales, políticas y barriales, en cambio, advierte que las cifras reales son de 4,5 veces más que las dichas por el gobierno.

El censo popular, realizado del 8 al 15 de mayo, con cada zona de la ciudad recorrida tres veces y en distintos horarios del día, refleja un real de 5.872 personas que se encuentran en situación de calle en la Ciudad de entre los cuales 4.394 duermen efectivamente cada noche en la calle y otros 21.478 que utilizan la red de alojamientos transitorios nocturnos. El reclamo es, como bien se grita, porque la calle no es un lugar para vivir. El reclamo es por los derechos y garantías de cada persona que vive en la calle. El reclamo es por el funcionamiento de todos los alojamientos como centros de integración. No alcanza con tener un lugar para pasar la noche. No alcanza si después tenés que pasar todo el día yirando sin poder parar en ningún sitio. No alcanza si cuando llueve andas mendigando un techo para que no se te haga agua lo poco que tenés. No alcanza si hoy dormìs bajo techo sabiendo que posiblemente mañana pases la noche afuera otra vez. Y no alcanza porque una vivienda digna no sólo es un techo donde dormir; es techo, es comida, es agua, es calor.

Actualmente en Argentina funcionan dos centros de integración únicos: el Monteagudo (para hombres) y el Frida (para mujeres).

En el Frida cuarenta mujeres cis y trans, con hijos y sin hijos, pueden acceder al espacio las 24 horas del día y quedarse cuanto quieran. Las que están en lista de espera de una vacante pueden dejar sus cosas, acceder a las cuatro comidas del día, bañarse y participar de los talleres.
Tienen talleres, comida, espacios de educación y formación. El objetivo es que todas puedan autogestionarse desde el deseo y desde lo que cada una quiere hacer. Pero también aprenden a vivir juntas, en comunidad; a cuidarse entre todas.

La marcha para en la esquina de Entre Ríos y Pavón. Sólo suenan ahora los bombos de Che Cultura, que acompañan desde el comienzo y hasta el final la intervención artística que encarnan las mujeres del Frida.
Se reúnen en ronda, se vuelven una en un grito: “LA CALLE NO ES UN LUGAR PARA VIVIR. NI PARA MORIR. Ni para morir. Ni para morir. Ni para morir”, mientras giran entre los cuerpos que habitan la avenida. Se congelan en una imagen y luego vuelven al ruedo sentadas sobre colchones en el asfalto. Un megáfono pasa por cada una de ellas que en una frase cuenta por qué se quedó en la calle: por trans o por lesbiana y ser echadas de sus casas, por ser golpeada por su marido, por salir de la cárcel o del instituto de menores y no tener a dónde ir. Se congela nuevamente la imagen sobre los colchones y una sirena de policía las alerta: “ESPERAMOS QUE ESTA NOCHE NO VENGAN LOS RATIS A LEVANTARNOS LA RANCHADA”.
Porque sí: el Estado no sólo te deja en la calle tras una cadena tremenda de vulneraciones de derechos previos, sino que después te persigue y te prohibe estar acostadx en alguna vereda, como si fuera un crimen.
Las últimas consignas que las mujeres levantan en un grito son las que se vienen haciendo carne en el feminismo explosivo de los últimos tiempos: “Ni una menos. Vivas nos queremos. El Estado es responsable”.
Vuelven a girar por entre lxs marchantes y ahora preguntan: “¿Cuántas somos? ¿Cuántas somos? ¿Cuántas?”

La caminata retoma su rumbo y sus canciones hasta el Congreso de la Nación. Frente a sus imponentes rejas lxs manifestantes se acuestan sobre el asfalto con sus frazadas.
La policía rodea, atenta e impenetrable la manzana del edificio pero el frazadazo, se lo hicieron igual.