Intentaron enterrarnos pero no sabían que éramos semillas

POR LEILA INTI
ANIMACIÓN: MOLIMOLI

A dos meses del asesinato de Marielle Franco, a tres meses de la militarización de Río de Janeiro y a dos años del golpe institucional que colocó a Michel Temer en el poder. Hechos que significaron alertas para América Latina, en la tarea de observar en Brasil la vanguardia en materia de reformas y gestión empresarial de políticas públicas. La coherencia de los acontecimientos cuadran con la creciente neoliberalización del Estado y la abatida sistemática a movimientos históricos de resistencia: feministas, afrodescendientes y de los trabajadores.
Conocimos antes que su nombre, su rostro viralizado. La noticia de su muerte anticipó el umbral para develar de a partes su historia personal, la que nos toca la piel ahora y apuró las lágrimas después. Fue entonces una cercanía necesaria ante esa ausencia que no hace más que agigantarse transcurrido los dos meses de su asesinato. Si hay algo que embiste de intensidad al feminismo, es la sororidad, que acompañada del internacionalismo trasciende las fronteras de toda clase. Nos sabemos hermanas porque la lucha es la de todas.
El dolor tuvo efectos inesperados. Nos quieren hacer creer que hay muertes que no importan tanto. Que son funcionales, y hasta están aceptadas, cuando eclipsa la vida de una mujer. Que importa menos aún si se trata de una mujer negra. Que quizás sea más olvidable si porta un origen social periférico: una mujer negra y favelera. Mujer negra, favelera, organizada y feminista. Una cadena de identidades que no apresan sino que liberan a quien las porta con orgullo y con el ímpetu necesario para desarmarlas desde adentro.
La carátula, a nuestro entender, debe llamarse “Ejecución aleccionadora”, propia de una lógica patriarcal habitual que intenta ocultar del mapa un problema que señala como principal responsable a la policía como autor de la perpetuación de la violencia y la desigualdad en las zonas más vulnerables de la ciudad. Los nueve balazos iban dirigidos a una concejala y militante feminista que reinvindicaba con una sonrisa potente la fortaleza de seguir generando en un camino en defensa de los Derechos Humanos plagado de asperezas en momentos de crisis política aguda en Brasil. No hay hechos aislados, las balas policiales asesinaron a una militante y funcionaria pública que en 2016 fue elegida con mayoría de votos para su cargo. Había presentado un proyecto para la creación del Dossier de la Mujer Carioca, recopilando datos sobre la violencia de género en su comunidad, estaba trabajando en una legislación sobre acoso en el transporte público, era promotora del movimiento contra el acoso en los carnavales de Brasil que generó la campaña #CarnavalSemAssédio y denunció públicamente la brutalidad de las fuerzas de seguridad del estado en las favelas de Río. Marielle era consciente: “Ser mujer negra es resistir todo el tiempo” aunque “la vida es mucho más peligrosa que la muerte. Hay que ser fuertes, resistir”. Las banderas que guiaron el sendero de la capitana, pueden ser los de todas, las que un día abrieron la mirada ante las injusticias y ya no volvieron a ser las mismas. No hay tranquilidad posible cuando las batallas las llevas en la sangre, en la cara, en el pecho. La sonrisa y la mirada son dignas al tamaño de su coraje. La vida se nutre de esa búsqueda vital y se arma a fuego: “Quisieron enterrarnos, no sabían que éramos semillas” de una lucha que no tiene fin y lleva tu nombre.