Por Lorena Bermejo.
Ilustra Debra Tempesta
No me veo, soy fragmentos como parte de la cama: sábanas piernas, mano, almohada, pantalón. Hace frío y afuera nieva. El silencio siempre es más profundo cuando cae la nevada. La luz, apenas una mezcla entre la lejana lamparita que llega desde el baño y el farol de la calle que se cuela por la ventana, no alcanza para distinguir los colores: los muebles son sombras, perfiles en la oscuridad. Cierro los ojos. Noto como puedo erguir mi pezón con las yemas de los dedos. No sé en qué pensar. Me olvido, pienso en la forma de las cosas. Imagino partes de mi cuerpo que no conozco. Las busco con la mano. Pienso que está mal lo que hago. Pienso que nadie más lo hace: debo tener algún problema. El silencio sigue tan intenso como antes. Me quedo quieta, la mano aún entre las piernas. Nadie me ve. Tengo un problema pero es mío, nadie nunca puede saberlo. Vuelvo a pensar en la mano, vuelvo a imaginarme partes del cuerpo, ahora de otros cuerpos, me imagino cuerpos que no conozco sin ropa. No los quiero conocer, quiero seguir imaginando, quiero seguir imaginando con la mano. Ahora todo está tenso, contraigo el pecho, contengo la respiración. Aguanto. Imagino. Hay una mano que no parece ser mi mano y que sabe lo que hay que hacer: soy fragmentos. Respiro, abro los ojos y veo la nieve que, al caer, se deshace.