Ética tortillera: “la lucha de inventarnos un nosotrxs”

ESCRIBE AILÉN MONTAÑEZ

ILUSTRA VIOLETA MAL

¿Qué posición conciben las lesbianas frente al mundo? Tantas como lesbianas existan. Virginia Cano habla en Ética Tortillera. Ensayos en torno al ethos y la lengua de las amantes (Madreselva, 2017) desde su subjetividad como “torta académica”: un nombre, una forma de llamarse que la habilita a hablar de las diversidades que existen dentro de las categorías (o de los nombres-categorías): ¿Qué es ser torta? 

Además de ser una forma de reconocer-se (un nombre) es ser fragmentos, fuga, disidencia de la heteronorma. Es también ser potencia de revolución en todo lo indecible que abarca el intento de llamarse “lesbiana” y sinónimos. Ese intento es el que evidencia la posibilidad de inventar nuevos mundos.

Doctorta -pseudónimo de la autora del libro- habla de la importancia del lenguaje y de los nombres porque en la acción de nombrar, hacemos existir las cosas (de ahí que el lenguaje es performativo y constructor de realidades). Bien, las lesbianas, las tortas, y las millones de maneras de nombrarlas, todas y cada una dan cuenta de esa existencia, pero también de esa idea general (“lesbiana”) que siempre falla en la pretensión de querer definir algo porque: ¿qué es ser lesbiana?

Hay acuerdos comunes, hay ideas generales acerca de las tortas, pero también hay mitos. Cano apuesta a la desmitificación de las ideas que rondan a esos nombres, a “desmontar las representaciones acerca de las lesbianas” (en palabras de val flores) cartografiando las distintas expresiones existentes para llamar/se/nos, y que contribuye a un ejercicio político de combatir la heterosexualidad obligatoria.

 ¿Quienes habitan esas etiquetas? ¿Quienes reclaman esos nombres o se identifican en ellos? Este puede ser el punto más interesante, porque hablar de una ética, de un ethos en términos de la autora, es hablar de un modo de habitar y posicionarse en el mundo. Por eso es válido quien reafirma a las lesbianas excluyentes de ser mujeres, pero aquí irrumpe un debate interesante: ¿por qué no reconocerse también mujeres?

Cerrar la categoría de mujer y la categoría de lesbianas como excluyentes, dice la autora, también cierra posibilidades. O al menos, es la lectura de quien les trae esta reseña. Ponerse la gorra de las categorías, en cuestiones de género,  cierra puertas de creatividad y de imaginar alternativas; siempre en un plano que no idealice esta forma de ser, parafraseando a la autora, sino de estar todo el tiempo preguntándonos sobre la clausura, sobre los límites, los nombres, y lo que implica “nombrar”. 

La autora se hace cargo de decir que ser lesbiana es querer vivir de manera distinta los afectos, lo cotidiano. Pero eso no es una promesa, ni una idea de salvación: “la lucha es por la multiplicidad de colores”. Cita a Nietzsche y a Butler para definir algún que otro recorte de su genealogía de pensamientos, y para problematizar los binomios, los antagonismos, las oposiciones. No hay cielo, no hay infierno. Hay vida y hay matices. Categorizarnos siempre establece una norma, como también es lo que nos permite identificarnos y reivindicarnos en una lucha política. He aquí una gran tensión.

¿Ser mujer y ser lesbiana es posible? Retoma también, para discutir entre líneas con otra autora implícita, Monique Wittig (mayormente conocida por ensayos como  “El pensamiento heterosexual”), acerca de que un ethos tortillero sea una ética libertaria, una forma de re-inventar una identidad política estratégica, y por lo tanto de re-definir qué significan las categorías de “mujer” y “lesbiana”, en pos de esta estrategia. Cuestionando-nos “quizás sea posible que nuestro tortismo permanezca abierto a nuevos horizontes” y que “sean posibilitadores de experiencias y deseos”.

Puede que sea uno de los puntos más interesantes de estos ensayos y sus recorridos planteados. Ser lesbiana y no ser mujer refuerza cierta exclusión, necesaria generalmente para plantear la gran ruptura con la mirada del hombre (de las masculinidades). Monique afirma que la lesbiana “no es una mujer ni económicamente, ni políticamente ni ideológicamente” porque “lo que constituye a una mujer es una relación social específica con un hombre, una relación que hemos llamado servidumbre”. En otras palabras: la fuga radica en que ya no hay hombre que nos mire, y por lo tanto no nos interesa ser miradas por tal sujeto (simplificando el razonamiento), entonces nada de la subjetividad lesbiana estaría compuesta por intentar agradar a un hombre. El punto aquí es correr a “el hombre” como la medida de cómo somos y por qué somos lo que somos.

¿Qué quiere decir con esto Wittig? Esa postura radical, de ruptura con la mirada de los hombres, es la recuperada en parte cuando pensamos a las lesbianas como “desertoras de la clase (social mujer)”. Por eso, Cano pone en tensión la exclusión hacia aquellas que pueden sentir confluencia, quizás entre ambas categorías. Es sólo un gesto de apertura de miradas, o de re-apertura de preguntas. Ser mujer al fin y al cabo también es efecto de una forma en la que las sociedades crían sujetxs ¿qué pasa con aquellxs que conservan algo de ello?

Así propone re-inventar, volver a situar, volver a pensar qué significan estos nombres y pensar la exclusión que generan los mismos. Afirmar un nombre con su definición deja a unx otrx fuera y excluye la posibilidad de pensar una existencia más inclusiva. 

Virginia recorre las tensiones entre los modos de vivir y ver el mundo; pero fundamentalmente las formas de llamarnos en él. Cómo nombremos las cosas tendrá mucho que ver en cómo las pensamos y cómo nos relacionamos, luego, con el mundo. La parte estratégica que resalta es esa: re-pensar a quienes excluimos e incluimos en toda esa “forma de ser torta”. Doctorta habla desde una reivindicación inventiva de estos lugares ¿qué pasa si habitamos ambas? ¿qué sucede si hablamos ambas?


La lengua tortillera es la metáfora final, para hablar de una actitud que critica los límites, los endiosamientos, las verdades puras y absolutas. Los límites de lo que pensamos y decimos, mirarlos y cuestionarlos; los que abren el juego al deseo.  Plantea otra forma de pensamiento de lo cotidiano. Jugar con la lengua es aventura de deseo. No nos importa aclarar qué tipo de lengua es la que abre el juego. Para eso, la lectura de este libro es una buena puerta de entrada.