Escribe Ailén Montañez
“Escupamos sobre hegel” ,de Carla Lonzi, entabla una crítica política y sexual explícita. La autora parte de una discusión teórica marxista-hegeliana como un punto de vista para analizar las formas de hacer las cosas en general, pero sobre todo la militancia en particular. Al calor de las preguntas feministas de la tercera ola, en el primer capítulo, llamado “Manifiesto” (de Rivolta Femminile) sitúa el punto de partida de la crítica: la teoría hegeliana no nos va a liberar porque no está pensada para liberar a las mujeres, sino que omite la gran opresión que estas sufren dentro de la sociedad patriarcal.
Es interesante, para quien le guste la filosofía crítica y feminista, que en el recorrido por los primeros ensayos avanza sobre las discusiones políticas sobre la revolución y la liberación de aquel entonces. Escrito el primer ensayo (‘escupamos sobre hegel’) en el año 1970, discute el rol de reproducción social que conlleva el hecho de ser mujer desde las ideas de Lenin, Marx y Hegel: “la mujer se halla sometida, toda la vida, a la dependencia económica, primero de la familia, del padre, y luego del marido”.
Pero una crítica que creemos tan saldada como esa, Lonzi, en los años ‘70 la profundiza en una cruzada también contra la teoría psicoanalítica: “incluso Freud encontró la tesis de la maldición femenina en el presunto deseo de una completitud que es identificada con el pene”. Hoy sabemos que hay hombres sin pene, así que a Freud el tiempo no le dió la razón.
La autora no se refiere en ningún momento a otros géneros no binaries, sino que convoca a mujeres en términos sustanciales y entendemos que cis-sexistas. Para seguir entonces su línea temporal de discusiones, aclarado esto, la crítica al psicoanálisis y con eso a la sexualidad femenina tiene mucha potencia para aquellxs que hoy se encuentran cuestionando una heterosexualidad, no tanto como norma, sino como práctica.
No es desde una perspectiva lesbiana ni mucho menos. Si resuenan discusiones que se pueden suponer que confrontan con Monique Wittig, cabe aclarar que “El pensamiento heterosexual” fue escrito 10 años después del texto de Lonzi. Pero el clima de época siempre actualiza resabios en las discusiones políticas: Lonzi enfatiza que no tiene por qué ser algo de las lesbianas el hecho de romper con las prácticas sexuales de la heterosexualidad como la conocemos, al servicio del macho, de la reproducción de la especie, y dejando de lado los placeres femeninos.
Quizá los fragmentos que discuten con esta concepción de la sexualidad, para quienes no les interese explícitamente la filosofía política marxista-hegeliana, sea la parte más sustanciosa del libro: discutir cómo se coge, de qué manera, y cómo históricamente las posiciones fueron construídas para el goce masculino (para los hombres cis). En otro ensayo dentro del compilado, como “la mujer clitórica y la mujer vaginal”, es donde Lonzi desarrolla la reflexión sobre cómo se construyeron los cuerpos femeninos para ser penetrados en pos de servir a la reproducción biológica, y cómo esa forma histórica negó rotundamente el placer clitórico.
La palabra directa y filosa tiene una potencia radical: quienes se sientan interpeladxs por sus descripciones podrán tener aportes valiosos para re-pensar mandatos y prácticas guionadas culturalmente en la sexualidad patriarcal que aún siguen vigentes en la actualidad. “Lo que la mujer vive como valor de la unión el varón lo vive como episodio del sexo, para después pasar a otra cosa”, señala la autora. Así, apela a hablar -en el año 1972- del “sueño adolescente del enamoramiento” al que “se hallan supeditadas” y por lo tanto, sometidas dentro de la cultura sexual patriarcal. Surge entonces la pregunta en lxs lectorxs: ¿es posible una heterosexualidad sin todas estas cosas?
Pero, reivindica: “la mujer, tal como es, es un individuo completo” y “la transformación debe producirse en cómo la ven los otros”. Oraciones tajantes para pensar en qué miradas se dirigen hacia las feminidades. También, como apertura, es interesante complejizar esta mirada tan radical con aquellas miradas históricamente construidas y míticas sobre la completud de la mujer y realización en pos del matrimonio, la pareja, o la familia, tal como problematiza Eva Illouz en “Por qué duele el amor?”.
“Que no nos consideren ya más las continuadoras de la especie. No demos hijos a nadie, ni al hombre, ni al Estado: démoslos a sí mismos, restituyámonos a nosotras mismas”. En una crítica al moralismo maternal que se le impone al género femenino, su punto de vista refleja que parir, como acto material -como cosa que sucede- puede ser otra cosa, y no un engranaje más que las mujeres aportan en la reproducción social-patriarcal. Junto con la posibilidad de abortar, el conjunto de pensamientos de la autora señala caminos concretos y directos por donde no ir para seguir reproduciendo lo que ya conocemos. Y si bien les habla a las mujeres, sus destinataries son mucho más amplios, porque al fin y al cabo todxs nacimos aún en los marcos de la sociedad que allí se describe.