El amor en tiempos de Tinder: reflexiones sobre los vínculos y el nuevo capitalismo sexual

POR MARIANA AGULLÓ

ILUSTRA CARLA MAMITA

¿Nos escondemos detrás de nuestros teléfonos? ¿Qué buscamos cada vez que entramos en Tinder? ¿cómo elegimos a nuestros compañerxs sexuales sin conocerlos? ¿nos calienta una foto? ¿Es Tinder una aplicación machista?

El éxito que Tinder y otras aplicaciones de citas han tenido en el último tiempo es innegable. El novedoso circuito para conocer gente que propone esta aplicación permite encontrar posibles compañerxs sexuales de una forma sencilla, rápida, y completamente virtual. Al igual que en las redes sociales, Tinder hace posible la comunicación con desconocidxs sin siquiera tener que verlxs. Esta es una de las ventajas que nos ofrece la virtualidad: la de prescindir de los cuerpos para vincularnos. Las páginas de compraventa y el home banking promueven una nueva forma de consumir, más veloz y más simple que puede realizarse desde cualquier celular. Así funciona Tinder: un catálogo humano que ofrece a lxs consumidorxs la posibilidad de consumir un cuerpo, una experiencia sexual. Mediante un mecanismo extremadamente sencillo, esta aplicación nos permite saltearnos un punto importante a la hora de la conquista al habilitar la comunicación sólo con aquellas personas que declararon estar interesadas en nosotrxs: el famoso match. El rechazo en Tinder es inocuo, prácticamente invisible: con tal solo un swipe, deslizamos esa foto que jamás volveremos a ver.

En Tinder, las conversaciones pueden terminar abruptamente y sin aviso previo. Siempre existe la opción de cerrar la ventana para siempre. Clavar un visto, cerrar un chat, silenciar o bloquear a alguien, es cuestión de segundos. Los vínculos se vuelven fácilmente reemplazables, descartables, como cualquier producto con fecha de vencimiento. Siempre hay otrx esperando después de la foto, otro mensaje sin responder, otros perfiles para matchear. Fiel a su estilo capitalista, Tinder obedece a la lógica de oferta y demanda y prioriza cantidad sobre calidad. Esta capacidad de pasar de una persona a otra, de matchear y deshacer, es también un arma de doble filo. No solo se trata de consumir un cuerpo, sino también de ofertar el propio: entramos en el circuito, nos promocionamos, nos vendemos. Todxs somos productos en la misma góndola, pasibles de ser adquiridos o desechados.

Siguiendo la lógica de la publicidad y el marketing, la importancia de la imagen es central al momento de elegir un producto. El envase, la presentación, es lo que garantizará su éxito en el mercado. El amor a primera vista es la reacción buscada: el crush, la cautivación frente a la imagen, que al igual que cualquier vidriera que nos detenemos a contemplar, nos atrae instantáneamente. En la historia del amor romántico heterosexual, esta ha sido sin duda una preocupación femenina: la de ser lindas frente a la mirada de un otro, generalmente masculino. Así, desde una posición pasiva, la belleza funcionaba como el señuelo para atraer candidatxs, con el objetivo de formar una pareja monogámica y normativamente heterosexual, con la que las mujeres podríamos realizar nuestro inherente destino biológico: la maternidad.

A la vez, la posibilidad que promueve la tecnología de generar múltiples vínculos desde una lógica acumulativa, reproduce el modelo hegemónico de masculinidad asociado al poder económico. Así, mientras que en el mundo heterosexual de Tinder, las mujeres cis podemos reafirmar nuestro lugar en el patriarcado, el de ser objetos eróticos de un otro masculino, también los hombres cis parecen apropiarse del suyo: la acumulación de experiencias eróticas. Esta práctica refuerza el mandato de masculinidad, mientras que el caso de las mujeres esta misma conducta resulta reprobable. Si solo se desarrollan estas dos opciones es porque en Tinder solo ofrece estas dos opciones de género a la hora de crear un perfil: hombre/mujer, dejando por fuera cualquier otra identidad no binaria.

Definitivamente las formas de relacionarnos están cambiando. El feminismo tuvo su injerencia en esto al cuestionar los roles de género tradicionales y demostrar que el amor romántico también estaba corrompido por las relaciones de poder. Si algo ha quedado en evidencia, es que estos discursos podían funcionar como instrumentos diseñados para reforzar la institución familiar y poner el sexo al servicio de la reproducción, desestimando cualquier práctica sexual destinada al placer. Lo sexual se vuelve lo prohibido, lo íntimo lo indecible. La crítica a estos modelos tradicionales y la progresiva liberación de la clandestinidad de lo sexual, ha dejado lugar a nuevos tipos de vínculos más libres, en donde el compromiso y las relaciones monogámicas se proponen, dentro de la lógica capitalista, como riesgosas inversiones a largo plazo. Dentro de este sistema, lo aceptable es lo efímero y la libertad se confunde con la idea de un vínculo sin la garantía de la responsabilidad. ¿Qué tipo de libertades estamos construyendo, ofertándonos en una vidriera de imágenes deshumanizadas que prometen satisfacer necesidades inmediatas?Tinder_376x668

El desafío entonces parece radicar en encontrar una forma ética de utilizar este tipo de tecnologías. Hablamos mucho sobre libertad y autonomía emocional, pero muy poco sobre responsabilidad y empatía. Sin la exclusividad sexual y la fidelidad que propone la monogamia, no hay que confundir la posibilidad de mantener diversos vínculos con la falta de “compromiso”, de reglas y acuerdos previos que supondría este anarquismo sentimental regido por la lógica liberal del “vale todo”.

Los modelos de vínculos que promueven las aplicaciones de citas no necesariamente implican una crítica hacia el orden patriarcal, especialmente en el caso de relaciones heterosexuales, en donde muchos hombres cis pueden utilizar estos nuevos discursos de liberación sexual para promover nuevas formas de opresión. No nos relacionamos con lxs otrxs por fuera del patriarcado ni del individualismo. Estas trampas de la falsa emancipación son tentadoras pero peligrosas. El patriarcado, el capitalismo, el racismo, siguen existiendo en la sociedad y operan en cada unx de nosotrxs.

Este es uno de los principales problemas de la posmodernidad: la crítica no destruye los modelos de opresión. O por lo menos, no automáticamente. El patriarcado sigue vigente cuando tenemos miedo de las citas a ciegas con desconocidxs, que no son más que potenciales atacantes. Cuando nos alienamos a la búsqueda de la imagen perfecta y la adecuación a cánones de belleza hegemónicos.

Vamos y venimos entre la deconstrucción del ideal romantizado del amor y el liberalismo salvaje, versiones que anulan a lxs otrxs y evaden la responsabilidad afectiva. Entonces solo nos queda intentar construir otros nuevos modos de relacionarnos sexoafectivamente: un ejercicio de la libertad que no se oponga a la responsabilidad, sino que la incluya. Atravesar no solamente el patriarcado, sino también el individualismo al que el capitalismo nos empuja constantemente. Y si hablamos de atravesar, saltar el muro de las pantallas quizás nos lleve a intentar moldear esos vínculos que vemos en el horizonte y no nos animamos a alcanzar: tomar impulso y dirigirnos, por fin, a lo desconocido.