Por Revista Peutea

“Ya sos una señorita”; “No te pongas ropa blanca”; “Esconde las toallitas, nena”; “No hables de eso con los varones”; “Me vino a visitar Andrés”; “Tengo otitis y no me puedo meter a la pileta” “Estoy indispuesta”. La mayoría de nosotras alguna vez escuchó (o incluso dijo)  alguna de (o todas) estas frases en el transcurso de su fase menstrual durante la adolescencia. Salir al recreo era toda una odisea al no saber qué pasaba en la parte de atrás del guardapolvo blanco: “paso adelante tuyo y ¿te fijas si me manché?” le pedimos más de mil veces en secreto a alguna amiga.

Decenas de expresiones y de prácticas que repetimos cotidianamente son producto y a la vez, como en un círculo vicioso, producen capas y capas alrededor de nuestra menstruación y se encargan de ir condicionando gran parte de nuestras conductas. Históricamente nuestro sangrado cíclico se construyó como un tabú: algo de lo que no se habla, de lo que no circula prácticamente información y que sirvió como una herramienta más para menospreciar y desvalorizar las emociones y las palabras de las mujeres. También seguro escuchamos “te pones así porque estás con la regla” cuando expresamos sentimientos de sensibilidad o enojo.

Por supuesto: de esta construcción de la sangre que desprende de nuestro útero todos los meses como algo misterioso, sucio y hasta obsceno, nace para el mundo capitalista un nuevo negocio; una nueva mercancía en base a una necesidad básica de las mujeres: productos para unas pocas, y miles de publicidades que nos atosigan a todas con cómo tenemos que experimentar, regular, vivir y sentir nuestra menstruación. Mujeres activas, alegres, sin dolores y con una gota de sangre azul son las que nos representan en las publicidades de toallitas. Estaríamos quedando afuera las que sangramos rojo, mucho y que sólo tenemos ganas de comer y dormir.

Con el tabú la desinformación de nuestros propios cuerpos, la negación de toda la energía que corre por nosotras en todo nuestro ciclo, que es de vida y es de muerte y en el medio muchas cosas más. Nos enseñan a no escucharnos, a no sentirnos, a no decidir sobre lo que queremos y lo que no queremos durante los tres, los cinco o los siete días que sangramos (ni el resto de los días del mes). Nos enseñan a sentir asco por nuestra sangre, por nuestro útero; a escondernos y avergonzarnos de este poder de vida, de creación y creatividad (no sólo para engendrar hijos o hijas) que nos da la naturaleza.

Con la mercancía por un lado la exclusión de miles de mujeres que no pueden tener acceso económico a los productos regulados y naturalizados para contener la sangre, y, por otro, la inaccesibilidad, también, de la mayor parte de nosotras a conocer métodos alternativos, más baratos, más ecológicos, más naturales y menos nocivos para nuestros cuerpos.

Queremos desandar lo aprendido, romper con lo estipulado, con lo que se nos presenta como antinatural, como tabú, como vergonzoso y asqueroso.

Queremos conocernos, informarnos y ser conscientes de toda la magia y la vida que guardan nuestros cuerpos. Queremos decidir sobre ellos; escuchar lo que tienen para decirnos; vivenciar, sin miedo y sin culpa, la que somos.

Decidir sobre nuestros cuerpos también es decidir sobre cómo vivimos, sentimos y experimentamos nuestra menstruación, y hacia ese camino vamos.

En un floral y rojizo chinchin de copas les invitamos a degenerar el ciclo de lo establecido.