¿CARETEAR LA GRIETA? Del 2015 al 2019: la disputa del terreno político

POR ANITA MARQUÉS

ILUSTRACIÓN @renzza_maria

En un año electoral tan complejo como este, se define el camino que transitará el país durante los próximos cuatro años. No solo votamos Presidente y Vice, sino que también se renuevan parte de ambas cámaras del Congreso: 130 diputadxs nacionales, y lxs representantes a la cámara baja de la Ciudad de Buenos Aires, Salta, Chaco, Santiago del Estero, Entre Ríos, Neuquén, Río Negro, y Tierra del Fuego, senadorxs que tendrán mandato hasta el año 2025.
Cuando la agenda mediática arde y las campañas llegan a su clímax, la reflexión y el debate son urgentes. Las reelecciones y los oficialismos son un tema central a la hora de pensar en un segundo mandato del gobierno de turno.
Las consecuencias de la actual gestión y el estallido de la crisis económica y social que se muestra inevitable son los temas que emergen de un determinado sector de la sociedad: el dólar a más de 40 pesos, la deuda contraída con el FMI, el cierre de cientos de pymes, la tasa de desocupación a 10,1% según datos de la EPH-INDEC, el aumento de la pobreza hasta llegar al 32% en el segundo semestre de 2018 (último dato disponible en EPH-INDEC) e inflación de 54,8% interanual (IPC-INDEC); un poco de las realidades que acechan a la estabilidad del país.
Si bien el fantasma del voto bronca sigue circulando, esta vez las alianzas políticas están mucho más organizadas que en 2015.
El peronismo logró no tener unas PASO que batallar. Unx por unx de los posibles candidatxs por fuera de la fórmula Fernández- Fernández optaron por la unidad como la mejor forma de poder vencer al macrismo. Así es como se bajó de la candidatura a Presidente Guillermo Moreno, Daniel Scioli y hasta Sergio Massa, que abandonó su propio frente para unirse al nuevo frente de todxs. Sin embargo, y a pesar de haber perdido al dirigente con mayor caudal de votos, Consenso Federal se mantiene como una opción dentro del abanico peronista bajo la conducción de Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey.
La izquierda logró unir a casi toda su fuerza en un solo frente con Nicolás Del caño liderando la fórmula junto a Romina Del Plá, a excepción del Nuevo Más, que irá por su cuenta presentando a la única candidata mujer a presidenta: Manuela Castañeira. Pero, sin olvidar conflictos recurrentes, esta nueva alianza desató un distanciamiento al interior de la cúpula del Partido Obrero entre la nueva dirigencia y la línea más tradicional liderada por Jorge Altamira.

Si hablamos de mayor organización, era en referencia a las alternativas descritas anteriormente, mientras que en los partidos más cercanos al conservadurismo y al liberalismo en la Argentina, ubicados en la derecha del espectro electoral, tenemos un amplio abanico de opciones: por un lado, el ex combatiente de Malvinas, pañuelo celeste y ex- carapintada José Gomez Centurión, que abandona su cargo en el oficialismo para conformar su propio partido “NOS”. Por otro lado, el espertismo con José Luis Espert como precandidato a Presidente y Luis Rosales como Vice, disputará los votos de macristas decepcionados que creen en una alternativa de derecha y anti populista basada en lo más clásico del argumento liberal: centrar la crítica en la intervención estatal principalmente en materia de impuestos y regulaciones -recordemos las trabas que tuvo Espert para presentar su candidatura a Presidente luego de sufrir la impugnación de su lista, primeramente mediante la cooptación del apoderado del Partido Nacionalista Constitucional UNIR, quien se sumó luego al frente de Juntos por el Cambio. El protagonista de este conflicto fue Alberto Assef, junto al poder estratégico de Miguel Angel Pichetto.De ellos iban a conseguir los avales para la presentación de las candidaturas.
A pesar del abandono de Assef, los espertarios pudieron resolver su postulación gracias al sello del partido por el que la pro-vida Amalia Granata resultó electa como diputada provincial.
Autodenominados como los herederos de la generación del 80, con los ideales de Alberdi y Roca, el Partido Autonomista Nacional (PAN), refundado en 2018 luego de cien años de su disolución, no ha participado de una coalición con el oficialismo, restándole así en las PASO, otro puñado de votos por derecha al ser una competencia del voto liberal.
En la cúpula del liberalismo económico se ubica Juntos por el Cambio, que además de tener la ventaja de ser gestión actual y mantener un estrecho vínculo con las empresas más bochornosas de la historia argentina, tiene un amplio apoyo de los medios hegemónicos de comunicación que desde siempre funcionaron en la política argentina como formadores de opinión con gran peso en el electorado. Además de medios y grandes empresas de otros rubros, Juntos por el Cambio tiene a su favor el respaldo de dirigentes de potencias mundiales y del FMI.
Algo clave sucede frente a este escenario electoral. El radicalismo se encolumnó detrás de las filas del candidato oficialista y de su compañero peronista Pichetto, sin presentar candidato a presidente o vicepresidente propio -esta es ya la segunda elección consecutiva en que la UCR no presenta candidatxs de su partido.
Al margen del escenario político nos encontramos en la derecha extrema llamada por si misma “peronismo nacionalista” con Alejandro Biondini, uno de los más polémicos precandidatos a Presidentes, que va junto a Enrique Venturino, en el partido Bandera Vecinal, uno de los ocho partidos que forman parte del Frente Patriota. Hace tres días, Gisele Ferreyra, periodista platense, realizó una denuncia por aparecer como candidata a concejales de la Ciudad de La Plata por este partido, sin su consentimiento y sin estar relacionada con afiliación alguna.

Si bien el abanico es amplio, hay dos opciones más fuertes y a la vez contradictorias en función a su programa político, económico y social.
Los partidos más cercanos a la derecha del espectro político no han podido forjar un frente único para competir en estas elecciones a pesar de que entablan y defienden ciertos ideales comunes y medidas aceptadas en estos cuatro años: la idea de libre mercado y la teoría del derrame, donde la activación de la economía depende de un aumento de las ganancias en sectores concentrados de la economía que finalmente termina desbordando hacia el resto de la población, son sus banderas. Sin dejar de vestir su capa de las libertades individuales no ocultan los viejos lazos que las someten: el acompañamiento de la iglesia, los conglomerados extranjeros y toda fuerza que garantice la libertad de mercado, junto a la represión de cualquier grupo que se oponga a esta opción económica. Incrementadas las opciones liberales, la nueva derecha disfrazada se camufla.
Diferente es el caso de la oposición, que logró este año una unión de fuerzas entre espacios que años atrás mantuvieron fuertes críticas internas y públicas interpartidarias, pero que en esta coyuntura tienen en cuenta una amalgama de principios básicos y se agrupan para militarlos: el favorecimiento del mercado y la producción interna, la soberanía económica, la redistribución para cubrir los derechos básicos que garanticen la vida digna de toda la población.
Además de la fractura de la derecha en múltiples partidos y candidaturas, las reglas electorales no juegan a su favor: a diferencia de otros países, donde luego de una primera vuelta se pueden continuar los acuerdos electorales o reorganizar los partidos, en Argentina la inmovilidad de las listas una vez que se anuncian y pasada la fecha de cierre, bloquea la posibilidad de unificar esas rupturas, abriendo este juego únicamente si llega a darse un escenario de ballotage.
Claro que ninguna traba impide que el gobierno realice todo tipo de tácticas para cooptar votos con campaña sucia, ya que ahora además del periodismo oficialista, se suman los “bots”en las redes manipulando información a favor del macrismo y propulsando propaganda positiva con cuentas truchas.
En el panorama configurado para las elecciones de este domingo, la famosa “grieta” no se caretea, sino que está más latente que nunca, siendo claro quiénes buscan justicia social e independencia económica versus un poder estatal que sigue profundizando la creciente desigualdad social, el vaciamiento del desarrollo científico y el cercenamiento de la cultura popular, entre otras políticas regresivas. Este combo sólo puede sostenerse con un aparato represivo infalible, que hasta ahora viene siendo protagonista en la campaña del oficialismo.
Si el electorado, si todxs nosotrxs, sabemos leer el contexto en el que estamos inmersxs, profundizando un pensamiento crítico atento a la historia argentina en comparación con estos últimos años, es fácil entonces no subirse al bote de las fuertes campañas que trabajan para orientar un sentido común a favor de la oligarquía nacional, y pisar tierra firme con un voto que elija el proyecto de una vida digna y no lujosa posible para todxs.
La ciudadanía será determinante en el camino a seguir. Y algunas preguntas ya son tradición en la política argentina: ¿deuda externa o aumento del consumo? ¿Pymes e industrias nacionales o un país dependiente, granero del mundo? ¿Planes sociales o meritocracia? ¿Qué tipo de territorio político queremos habitar? Nuestro voto no da lo mismo: es una urgencia hacer sonar las voces del pueblo en el congreso y en los cargos ejecutivos, para vernos representadxs, al menos en los próximos cuatro años, en las decisiones y las prácticas políticas de cada día.