Por Mónica Sosa Vásquez y Ailén Montañez

“Cuántas cosas quedaron prendidas
Hasta dentro del fondo de mi alma
Cuántas luces dejaste encendidas
Yo no sé cómo voy a apagarlas

Que te vaya bonito

En 1936, María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano salió de Costa Rica con destino a México, en donde se convertiría en Chavela Vargas. Mexicana por elección, Chavela afirmaba que “los mexicanos nacemos en donde se nos da la chingada gana”, y estaba convencida de que una no es del lugar en el que nace, sino de aquél en el cual se hace.

Su anhelo por llegar a México se dibujaba como la promesa de un escape,pero también del retazo de una infancia que pretendía dejar atrás. Los recuerdos de ésta apenas son alumbrados en el film Chavela (2017): “fue muy fea”. Pocas y tristes palabras para no detenerse demasiado en heridas de las que se asoma un pasado en el que era el objeto de vergüenza de la foto familiar. Según sus propias palabras, fue una niña que “lloraba sin motivo alguno nada más por el hecho de contemplar una mariposa”. Como su familia no comprendía la sensibilidad de Chavela, les parecía “la rara”, la que, además, no se interesaba en muñecas, como el resto de sus compañeras. 

Chavela se crió en una familia religiosa con muchos prejuicios y con mucho miedo al qué  dirán. Fue “una niña muy triste y sola. No tenía el verdadero amor de los padres”, quienes se dieron cuenta de que “era una niña-niño”, y frente a tales comportamientos, ella cuenta que la escondían en su casa como un perro rabioso, para que no la vieran. Les nació  ‘la hija rebelde’ que fue “llenando su cuerpo no de odio, sino de coraje”: “con tu verdad, sales adelante. Cuesta mucho, sufres mucho, pero sales adelante”. La artista que hoy es reconocida como “la lesbiana más importante en la historia de México”, no atravesó, a lo largo de su vida, su identidad como lesbiana de esa forma, sino en un oscurantismo que recién pudo enfrentar en el último tramo de su vida, pensando sus sentires en retrospectiva. 

Cuando rememora su llegada al país latinoamericano con el que soñaba desde la infancia, dirá “México me enseñó a ser lo que soy. Pero no con besos y abrazos, sino a patadas y a manotazos. México me agarró y me dijo: te voy a hacer mujer, te voy a criar en tierra de hombres”. ¿Qué es “hacerse mujer” en tierra de hombres? ¿Qué significa criarse en un universo así? Pero quizá la pregunta central es ¿cómo se constituye una “tierra de hombres”? Por mencionar una particularidad de la tierra en la que Chavela hizo suyos los colores de la canción ranchera, uno de los productos culturales que aportaron a la consolidación del imaginario de la narrativa revolucionaria mexicana, fue recién en 1981 que se legalizó -en la capital- la presencia de las mujeres en cantinas, un espacio masculinizado en el cual se permitía que los hombres contaran y lloraran sus penas.  

Para consagrarse en la escena de la canción ranchera, María Elena Pérez -a quien Chavela llamaría Nina- decía que ella tuvo que convertirse en “la más macha de los machos”. En síntesis, beber más -o sea, beber mejor– tequilas y mezcales que sus pares hombres y tener múltiples parejas sexuales, lo cual nunca fue un problema para ella, aunque sí le acarrearía otros; por ejemplo, ser vetada del canal de TV Televisa  porque “le quitó” la novia al dueño, como contaría la propia María Elena en el documental. 

De tal manera que el consumo de alcohol y la seducción de mujeres fueron dos ámbitos en los que Chavela sería “medida” por aquellos cuyo aval necesitaba, como si tuviese que demostrarles que ella no sólo era tan macha como ellos sino más, que no es lo mismo. Desenvolverse mejor que ellos en este par de ámbitos, en teoría, le concedería un trato equivalente al que éstos se daban entre sí ¿no?  

En el documental el abrazo y el juego de estos códigos tejedores de masculinidades aparecen entrelazados con las críticas que Chavela le dedicaba al machismo de la sociedad mexicana. Con sus propias contradicciones -criticar el machismo de la sociedad, pero pelear su lugar en una disputa de roles construidos desde el machismo- tuvo que convivir. Chavela no es un documental para juzgar a una artista con el prisma de la actualidad, sino para entrar en un relato de época de lo que era ser una lesbiana en la escena musical mexicana, disputando lugares en el escenario. ¿Resuena de algún lado? Marilina Bertoldi, cantante de la escena actual del rock argentino, tuvo que hacer notar en los últimos Premios Gardel que era la primera vez que el Oro lo ganaba una lesbiana. ¿Y nos van a decir que no había lesbianas haciendo música hasta que llegó ella? Chavela como pieza audiovisual revisa la construcción de una figura como la suya en una época y un país que no abrazaba ese tipo de cambios y revoluciones. Pero si hay algo que Chavela tenía claro, algo que de tan evidente a veces damos por supuesto, es que lo que ella hacía no era sólo una canción, sino todo eso que ponía sobre el escenario cada vez que se aparecía entre el público y el telón: “pienso que sí me eternizaré. Pasará el tiempo y hablarán de mí una tarde en Buenos Aires. Cuando un día empiece a llover, les saldrá una lágrima, y será una chavelacita muy chiquita”.