Nos venden soluciones prácticas, fáciles, rápidas. Ingerimos alimentos sin saber cuál es su procedencia, productos que imitan en gusto y forma a los alimentos reales pero, por dentro, están vacíos. No es que no tengan pulpa, semilla, contenido, sino que no proporcionan los beneficios nutricionales que necesitan nuestros cuerpos. Desde acá emerge la necesidad de una acción, política personal y social, para repensar nuestros consumos como parte de un entramado que a veces nos resulta invisible. ¿Qué estrategias encontramos para enfrentar, desde los feminismos, este sistema productivo que está en manos de unas pocas pero grandes empresas?
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