Escribe: Leila Albarracín Banquero
Foto portada: Lucía Barrera Oro
¿Cuán feminista es la agenda ambiental?, ¿qué comparte la perspectiva socio-ambiental con el movimiento feminista? ¿En qué punto se interseccionan nuestras luchas?
En medio de una convivencia conflictiva entre paradigmas extractivistas arcaicos y una emergencia ambiental que es inocultable, entender este momento como transición es clave para soportar la complejidad que habitamos. La emergencia, que por las iniciativas que hizo resurgir es en cierto modo revitalizante, no es noticia de este año sino de un cúmulo de daños que viene sufriendo el medio ambiente y que vino a sembrar, por parte de los movimientos populares, una agenda para construir alternativas sostenibles a largo plazo, que tengan a las economías regionales en el centro y a la agroecología como aliada.
El viraje en la discusión se dio con mayor contundencia durante los últimos meses de la pandemia frente al inminente acuerdo porcino con China, los incendios intencionales en doce provincias y la apropiación, por parte del negocio inmobiliario, de los espacios verdes públicos de la Ciudad de Buenos Aires. Todos estos acontecimientos exponen las contradicciones vertebrales de un sistema económico hiperconcentrado y tan dependiente de exportar materias primas como hace 200 años.
Los proyectos que buscan imponer el agronegocio y la especulación inmobiliaria tienen como argumento los mismos pilares ideológicos que condujeron a la mal llamada Campaña del Desierto. La construcción del imaginario civilizatorio fue el justificativo para apropiarse de aquella “nada”, que está llena de biodiversidad. Los bosques nativos, los animales en peligro de extinción y la flora autóctona que alimenta y hace que se conserve la tierra -esa “tierra fértil” que dio fama al campo argentino- está siendo arrasada con el fin de convertirla en área productiva para el monocultivo o para la instalación de barrios exclusivos. Las comunidades campesinas y los pueblos originarios, que supieron cuidarla y convivir en respeto con la tierra, son corridas, marcadas como usurpaciones y marginadas del derecho al territorio. Este proceso, que se retroalimenta constantemente, significa una profundización en la contaminación del agua potable, un aumento de agrotóxicos en los cuerpos y el caldo de cultivo para futuras pandemias producto del hacinamiento de animales.
Es por eso que a nuestra generación le toca asumirse verde y resistir a un proceso acelerado de reconversión del capital con estrategias creativas que preserven con dignidad y empatía el manejo consciente de la tierra. Les jóvenes no podemos darnos el lujo de no ser críticxs cuando se trata de luchar por el futuro.
Ecocidio es hijo sano del patriarcado
Ecocidio o terricidio es el término que caratula a todos los crímenes cometidos contra la naturaleza, incluyendo a los ecosistemas terrestres, seres vivos y pueblos que forman parte. Para el Derecho Ambiental la gravedad de los daños es de tal magnitud que pone en riesgo la continuidad de la vida tal como la conocemos en el mundo. De hecho, el confinamiento producto de la pandemia del coronavirus, ¿no vino a poner en evidencia las consecuencias prácticas y reales de ese proceso?

El lazo común entre ecocidio y patriarcado es un modo de relación cosificante en términos de objetos para consumo de unxs privilegiados. Siguiendo esta lógica, los cuerpos feminizados para el goce masculino, los animales para un consumo que no necesitamos y a la naturaleza como proveedora de recursos. Esta lógica que opera está basada en jerarquías de poder que valorizan una vida por sobre otras y condenan a otras formas posibles de existencia. ¿Quién decide quiénes son los sujetos y qué son los objetos?
Precisamente por eso podemos establecer una analogía con el tipo de relación de opresión y desigualdad, un lazo que opera estructural, social y simbólicamente. Un modus operandi que emparenta al extractivismo, la explotación animal y las violencias machistas.
Cuando hablamos de extractivismo nos referimos a todas las formas de producción y explotación de los recursos naturales limitados. Algunos de los proyectos extractivistas están encabezados por grandes corporaciones -como la minera multinacional Barrick Gold- y se han intensificado con la megaminería a cielo abierto en San Juan, Mendoza y Catamarca. El peligro de esta forma de extraer denominada fracking trae aparejada, entre otros riesgos, la contaminación del agua con desechos radioactivos. Es por eso que este modelo de desarrollo ha llevado a un utilitarismo voraz que decanta en la concentración de recursos naturales para el hombre en la inmediatez sin tener en cuenta el equilibrio necesario para compensar los ritmos de regeneración de la biodiversidad.
Cuando hablamos de especismo estamos nombrando -lo contiene el término en sí mismo- al hombre cis, blanco y occidental, que tiene mayor importancia que otras especies, por lo tanto es en función de él que se depredan todas las demás existencias.
Si revisamos la historia, las conquistas y avances sobre los territorios han sido perpetrados en general a costa de violaciones y abusos -el “chineo”- hacia los cuerpos feminizados con el fin de reafirmar su poderío. Y aunque parezca un comentario alusivo a la Historia -esa que se escribe con mayúscula-, las mujeres originarias insisten con visibilizar que el chineo sigue ocurriendo.
Por eso no es casual que sean muchos los casos donde las mujeres y feminidades encarnan los movimientos de resistencia sembrando vínculos de red y de cooperación con el fin de proteger el agua, la tierra, las semillas y asegurar la subsistencia. El rechazo a este tipo de propuestas para habitar el mundo, se puede ver en su versión más cruda en algunos de los brutales femicidios. En Honduras, Berta Cáceres, militante ambiental, fue asesinada por defender los territorios sagrados para la comunidad indígena lenca.
Pero hay otros vínculos posibles, otra visión sobre cómo se percibe la naturaleza y cómo formamos parte de ella. Si observamos cómo el comportamiento patriarcal y especista se organiza sobre los recursos para sacar provecho de ellos, el primer movimiento que podemos ver es que se separa, se escinde y binariza el dúo “naturaleza-cultura”, “animal-ser humano”. Lejos de encerrarnos en conceptualizaciones, lo que demuestra esa separación es que el sentido construído justifica un accionar sin el menor grado de ética y empatía.
Agroecología por el buen vivir, aborto legal para no morir

Al sistema no se lo combate sino construyendo una alternativa superadora capaz de dejar obsoleto al existente. El sentido de esta frase logra captar el núcleo hacia dónde vamos. Caminamos entre los escombros de un modelo que va a caer por su propia insostenibilidad. El pensarnos dentro de sistemas y no contra ellos puede colaborar con la coherencia en las prácticas a través del diseño colectivo de las estrategias y propuestas que nos permitan vincularnos de otro modo con la tierra, con los alimentos y con nuestros consumos.
Si hablamos de alternativas, ya desde el encuentro nacional emergió el carácter plurinacional lo cual nos permitió como movimiento político avanzar hacia una ampliación en términos políticos de las fronteras nacionales. Siendo este gesto una proclama por tejer redes desde las organizaciones territoriales y afianzar las luchas compartidas de las compañeras / es.
Es hora de escuchar a quienes dan la pelea desde los territorios ancestrales, Moira Millán, Weychafe mapuche y referente del Movimiento de Mujeres Indígenas, entiende que la recuperación de las tierras de donde fueron desplazadxs es necesaria para crear una alianza entre los pueblos y la mapu, para respaldar la vida. Es también un llamado a construir un posicionamiento distinto orientado a la conexión con lo vital.
La apuesta por generar alternativas parte de ver fuego arrasando, hambre y enfermedades que son consecuencia de la industria alimenticia. Al planeta le quedan pocas décadas de calidad de vida para les humanes, si es que todavía podemos hablar -pensando en el hacinamiento de los barrios populares, las comunidades sin acceso al agua, el aumento de la cantidad de personas en situación de calle– de calidad de vida. Aunque este futuro subastado puede torcer el rumbo si miramos otras maneras de convivir, beneficiosas para todas las partes, como el equilibrio del que hablan los pueblos originarios latinoamericanos, una relación sinérgica y recíproca entre el medio ambiente y nuestras necesidades. Decidiendo con autonomía sobre nuestros suelos, así como exigimos el derecho de decidir sobre nuestros cuerpos.