ESCRIBE CAMILA ALFIE
Recientemente, la actriz Érica Rivas fue noticia por su (no) participación en la obra de teatro de Casados con Hijos. “A Pepe le queda poco tiempo”, señaló quien encarnó a de María Elena, haciendo referencia al cambio de paradigma en la interpretación del humor en un escenario atravesado por las luchas feministas. La sitcom, estrenada en 2005, sigue la vida de un matrimonio, sus dos hijos y una pareja amiga. Uno de los gags más recurrentes en la serie, es que la esposa del matrimonio protagonista, Moni, quiere coger constantemente con su marido, Pepe, pero él nunca quiere y la elude con todo tipo de trucos.
Moni encarna cierto ideal de belleza hegemónica: de cuerpo exuberante y pelo rubio, siempre está arreglada. Pero, para Pepe, Moni nunca es suficiente ni deseable comparada con las mujeres jóvenes y sexis que él admira. A los 13 años, cuando veía la serie, me preguntaba por qué no se divorciaban, por qué Moni toleraba estar con un tipo que no la valoraba y la defenestraba adelante de todxs. ¿Por qué Pepe y Moni sostenían ese vínculo donde nadie estaba conforme? Antes de que los debates y los movimientos feministas se masificaran y tomaran más protagonismo en la coyuntura, este tipo de humor era el pan de cada día: legitimado, normalizado y aplaudido por todxs. ¿Y ahora?
Durante la cuarentena, en la que más de 30 mujeres fueron víctima de femicidos, esta narrativa se hizo eco en varios sketches virales caseros. Haciendo honor a la figura tan recurrente en el prime time argento de la madre hinchapelotas, se ven mujeres como blanco de violencia en tono de comedia. Padres que se alían con sus hijes para “amordazar a mamá” y maniatarla -una imagen que remite a las mujeres asesinadas y descartadas en bolsas- y viñetas acerca de lo insoportables que son las mujeres, en especial las amas de casa. También hay otros: hombres que se ven obligados a someterse al reinado femenino que consiste en ollas sin lavar y niñes que atender. Tareas que en el imaginario colectivo aparecen como degradantes, y que el patriarcado se encargó de asociar a las mujeres. La cuarentena despoja al hombre de su rol de macho proveedor y, humillado, agacha la cabeza hacia esas tareas de mina. El discurso de los chistes es siempre el mismo: normalizar la representación de la jermu como una pesadilla, una pesada, una incogilble y un ente sin humanidad ni agencia, por lo que que es válido y legítimo, entonces, agredirla. Madres cuando les conviene, basura cuando se aburren, muñecas de plástico cuando quieren ponerla o eventuales trofeos para reafirmar su virilidad.
El imperativo social de casarse y sostener un matrimonio hasta que la muerte nos separe, con la idea de que los hombres deben manifestar su“virilidad” y sustentar su hombría a partir de la conquista sexual, da lugar a la figura de la jermu en el chivo expiatorio de las desgracias de todos los varones casados, que solo pueden concretar su deseo por fuera del vínculo conyugal: la trampa.
“Los discursos que nos oprimen muy en particular a las lesbianas, mujeres y a los hombres homosexuales dan por sentado que lo que funda la sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad”, así lo explica Monique Wittig en su libro libro de ensayos El Pensamiento Heterosexual. Brigitte Vasallo, en “Pensamiento Monógamo Terror Poliamoroso”, explica cómo el mandato social de la pareja monógama se sostiene a través de la idealización del amor romántico: “el compromiso sexual, la exclusividad de ambos y el futuro reproductivo”.
La idea de la mujer casada como vieja insoportable está directamente relacionada a la suegra indeseable. En ficciones, canciones y otros productos de la industria cultural, aparece la idea del anillo carcelero, como si estar casado, para los varones, fuese un martirio, y ellos las víctimas.
La romantización de vínculos de hombres casados con mujeres muchísimo más jóvenes, que actúan como el contrapunto de la vieja insoportable que tienen en casa. En estos cuentos, la mujer envejece mientras que el hombre madura.
Los chistes misóginos justifican la violencia hacia las mujeres disfrazándose de humor para alivianar su carga simbólica. “A Pepe le queda poco tiempo”, dice Érica Rivas: ¿cuánta ESI, militancia y políticas públicas necesitamos para que estos pepes virales dejen de decir que es “solo un chiste”?