Ilustración por Izumi Isozaki

La peor parte del recreo es cuando se habla del tema. Los minutos se hacen larguísimos y no es fácil mantenerse callada, invisible, pero atenta por si alguien decide hablar de otra cosa. A veces me concentro tanto que después en clase no entiendo nada. Cuando en casa me preguntan, digo que es por los anteojos, que no veo bien y no llego a copiar del pizarrón. Y si digo eso no es porque me gusta hacerme la víctima, como dice la abuela que no entiende nada porque sólo viene una vez por año. Si digo eso es porque así no me retan, aunque después tengo que pedirle el cuaderno a alguna de las chicas y copiar lo que me falta. Eso sí que lo odio, lo de pedir los cuadernos, porque tengo que andar copiando toda la tarde mientras las chicas charlan. Afuera del colegio no se habla del tema sino de cosas más interesantes como de los tatuajes que nos vamos a hacer cuando estemos en la secundaria, o de la fiesta de fin de año o del viaje de egresados, aunque el viaje es un tema complicado porque a Clara no la dejan ir y si hablamos se enoja y es todo un lío. Lo malo es que siempre alguna saca el tema otra vez,  y la verdad que ahí me arrepiento de no haber pedido ningún cuaderno para copiar, porque encima cuando no estamos en el colegio pueden hablar de eso horas y horas, a los gritos. Eso es porque no están los chicos, sino les daría vergüenza y lo hablarían en voz baja. Y yo ahí de nuevo, quietita y callada que me muero de embole. Que este mes todavía no me vino, que las nocturnas son incomodísimas, que hay unas que son finitas porque son para usar con tanga. Lo bueno es que ya sé todo, lo único que falta es que me contagien de una vez y más vale que sea rápido, porque tan callada que estoy se van a dar cuenta y yo qué hago, qué les digo si me preguntan. Seguro me quedo como una momia, con los ojos abiertos y me empieza a pasar eso que me pasa cuando me pongo nerviosa, que me da un montón de frío y al mismo tiempo me pongo a transpirar. Pero si me preguntan les voy a tener que decir la verdad, porque a las chicas no les puedo mentir, y menos ahí, en el medio de la ronda con todos los ojos y las sonrisas ansiosas encima mío. Y cómo decirles que a mí no me crece ni un sólo pelo y que yo de ovarios, ni idea. Y ahí seguro, porque así es la vida, así de injusta, pasa que voy al baño y me viene. Así, en la casa de Clara o de cualquiera de las chicas, por fin la mancha roja sobre la tela, alguna que me presta una toallita, la otra que dice si te duele acá son los ovarios, la marca que todas hacemos en la agenda, el tampón para el verano, las risas cómplices al lado de la pileta, y los chicos que llaman y no entienden, pero yo ahora sí, por qué, aunque nos morimos de calor, no nos podemos tirar al agua.