5 cuadras, 6 minutos, dos botones

Ilustración de Eugedibuja

Hace unas semanas que vengo viajando en tren con el mismo chico, casi siempre en el primer vagón -o el último, según como se vea-, entre medio de las bicis y esquivando a los que más apurados por bajarse están.

Ambos teníamos varias estaciones de recorrido y, por alguna razón quizás atribuible a los 6 grados de separación (?), terminábamos en los mismos metros cuadrados.

No me acuerdo bien si habíamos cruzado alguna mirada, pero hoy cuando ambos bajamos en la misma estación y él intentó darme paso para que pague la salida, sí nos miramos. Y sonreímos. De alguna manera ya éramos viejos conocidos de furgón. Fue como un “ey!” mudo. Pagó él, pagué yo y salimos hablando.

Casi como en una película re predecible, al llegar a la avenida nos dividimos: yo iba a la derecha (juaz), él a la izquierda. “Chau, nos vemos”; “claro, sí, mañana en el tren. Adiós!”.

Cuando encaré por la avenida me sentí llena de empatía, después de 5 años en esta gran ciudad me sigue resultando muy loco que se produzcan encuentros de este tipo, que dos seres se frenen sólo para sonreírse y charlar por 5 cuadras. A mi esas cosas me conmueven. Caminé dos cuadras llena de amor por el mundo y por los trenes que me fascinan desde tiempos inmemoriales; mandé un audio de 6 minutos porque lo que me moviliza o me enmudece o me pone verborrágica (fue la segunda, claro) y cuando estoy guardando el celular apareció el drama: los dos botones centrales de mi camisa estaban abiertos, saltando, dando paso a mis tetas que evidentemente estaban tan empáticas y verborrágicas como yo.